sábado, 28 de mayo de 2011

De mi pasado vengo (II)

La mujer de luto que hay en la foto se llamaba Juliana ("Uliana" tal como lo pronunciaban en el pueblo). En la puerta grande vivía ella y en la puerta pequeña... sus conejos.
Hay quien tiene casas con gateras para sus gatos pero nunca supe de nadie más que tuviera entrada independiente para sus conejos.
Al atardecer, cuando el calor de agosto se hacía más soportable, les abría la puerta y mientras ella los contemplaba, como una madre contempla orgullosa a sus hijitos, ellos corrían, daban brincos, se perseguían... pero sin alejarse demasiado. Cuando Juliana consideraba que el recreo se había terminado daba unas palmadas y, como los párvulos, ellos se apiñaban para entrar rápidamente.
Los niños salíamos por la tarde de allí donde estuviéramos para verlos corretear libres pero sabiendo a quién pertenecían. Los niños que además veníamos de la ciudad contemplábamos el espectáculo maravillados y no menos sorprendidos que si los hubiera sacado de una chistera.
Hace ya tantos años de aquello que, si no fuera por esta fotografía, creería a estas alturas que lo había soñado. Pero no, Juliana y sus conejos disfrutando del recreo formaron parte de mi infancia en el pueblo, de aquellos días interminables y libres, de aquella sensación de fiesta eterna, de aquel calor de agosto que nos daba la vida, de aquellos placeres sencillos y ahora inalcanzables.
La casa sigue allí. Está renovada. La puerta de entrada es más grande y tiene un zócalo horroroso en lugar de la cal andaluza. Cuando Juliana murió cerraron la conejera y la convirtieron en una sala con ventana.
Ahora, en el verano, a veces aparcamos en la puerta cuando la casa está vacía y mientras sigo los movimientos del coche siempre tengo la tentación de decir: "Cuidado con los conejos".

(Imagen: fotografía familiar. Principios de los 70 aproximadamente)

martes, 24 de mayo de 2011

Defender la alegría

Años hay en los cuales la alegría se aleja. Años hay en los cuales las palabras no consuelan, no se encuentran. O quizá se atraviesan, diminutas y duras, en la garganta y en lugar de alivio procuran agonía.
Es el momento entonces de recurrir a las voces bellas, a los poetas, a los que reconcilian con la vida, a aquellos que nos unen, con un hilo, a la esperanza.


"Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
                  y también de la alegría"

Mario Benedetti

(Imagen: val023.blog.com.es)

domingo, 22 de mayo de 2011

Tarjeta roja

Para los que creen que los hijos salen como los padres quieren. Para los que blanden su experiencia como si fuera la única.
Para los que hablan y no escuchan.
Tarjeta roja para aquellos que hieren sin piedra ni palo. Para los que no se conmueven ante el dolor. Para los que desprecian las lágrimas.
Para los soberbios. Para los turbios.
Tarjeta roja para quien promete y no cumple, para quien trepa pisando corazones.
Saquemos tarjeta para los que son fuertes con los débiles y débiles con los fuertes. Tarjeta roja para los que mienten cuando se piden verdades. Para los que dicen verdades cuando pedimos mentiras.
Tarjeta roja para los que no se permiten emociones, para los que no se las permiten a los demás.
Para aquellos que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Para los que nos confunden con su palabrería, para los que con su silencio nos avergüenzan.
Saquemos ya tarjeta a los tóxicos, a los que cada día intentan encogernos el alma. A los duros de corazón y blandos de cerebro.
Tarjeta roja para los que nos ensucian el horizonte. Para los culpables que culpabilizan. Para los mártires sin martirio, para los héroes sin hazañas.
Despejemos el campo donde nos jugamos la vida de aquellos que nos desalientan, que nos deprimen, que nos agobian, que nos decepcionan.
Juguemos limpio, juguemos por jugar, por el placer de lo compartido.
Tarjeta roja con decisión, con firmeza. Tarjeta roja sin vacilaciones para poder caminar con alegría.
(Imagen: esfutbol.es)

sábado, 21 de mayo de 2011

Por un puñado de votos

Mañana tocan elecciones.
¡Qué bonita es la democracia! Cada muy poquito podemos contribuir con nuestro voto a que todo funcione, a que las cosas se hagan de una manera o de otra, a que se solucionen nuestros problemas. O eso es lo que nos venden, claro.

Pero lo mejor de las elecciones, con diferencia, es la campaña. Saca el lado oculto de nuestros políticos y nos los presenta de una manera única y desconocida: bailan la jota, abrazan niños, recuerdan el nombre de un vecino, compran en el mercado, viajan en metro, visitan hogares de jubilados, hacen promesas que pudieron cumplir y nunca cumplieron...
En fín, menos besos con lengua, como dice Forges, estamos dispuestos a aceptarles todo sólo por el placer de verlos hacer el ridículo por un puñado de votos.
Ya se lo cobrarán después, con creces.
(Imagen: Forges)

jueves, 19 de mayo de 2011

Cumpleaños

Cuando era pequeño me enseñaron,
a perder la inocencia gota a gota,
que idiotas.

Cuando fui creciendo aprendí,
a llevar como escudo la mentira,
que tontería.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor voy a aprender a ser pequeño,
y así cuando cometa otra vez el mismo error,
quizás no me lo tengas tan en cuenta.

Me atrapó el laberinto del engaño,
con alas de cera me escapé,
para no volver.

Cerca de las nubes como en sueños,
descubrí que a todos nos sucede,
lo que sucede.

De pequeño me enseñaron a querer ser mayor,
de mayor voy a aprender a ser pequeño,
y así cuando cometa otra vez el mismo error,
quizás no me lo tengas tan en cuenta. 
 
De mayor voy a aprender a ser pequeña
Como Bunbury. ¿Será tarde para mí? 


(Imagen: fotografía personal. Hace unos cuantos años)

miércoles, 18 de mayo de 2011

Envejecer. Tragicomedia en x actos

En la niñez el tiempo es infinito: el reloj no corre en el vestíbulo de la escuela, en las tardes cabe todo, el lunes es un día que jamás llegará, septiembre está en la otra orilla de un océano...
Se transita por la adolescencia con afán, con impaciencia. Cada cumpleaños es un triunfo. Huimos con alegría de la seguridad y los brazos conocidos. Buscamos en otros nuestra imagen, sacrificamos lo seguro por lo incierto. Pero todo con prisa, con prisa infinita, luchando contra el, a nuestro juicio, lento paso del tiempo.
Y así, no llegamos a saber en qué momento, el reloj cambia su ritmo y el fluir lento que nos desesperaba se convierte en una velocidad que nos espanta. Cambiamos sin querer de imagen, de amigos, de convicciones. Se nos resquebrajan los principios y las seguridades junto con la tersura y la firmeza de la piel. Nos despertamos cada día más conscientes de nuestro cuerpo porque hay un achaque nuevo y más conscientes de nuestra alma porque hay una nueva pérdida.
Miramos nuestros álbumes, cada vez más llenos de muertos. Miramos a nuestros hijos, cada vez más lejos de nosotros. Miramos a nuestros amigos, enfrascados en sus problemas. Miramos a nuestro mundo, que nos  comió antes de que nos lo comiéramos. Miramos nuestro trabajo, donde ya sabemos que nada podremos cambiar. Miramos, por fín, nuestros ojos en el espejo y creemos ver a otro. Alguien a quien quizá no hubiéramos dado nuestra confianza en la infancia o alguien que nos hubiera parecido invisible en nuestra adolescencia. Vemos cansancio y atisbamos con ahínco por descubrir la chispa que un día brilló y nos dio fuerza.
Un momento. Ahí está. La veo. Algo hay donde algo hubo. No todo está perdido. Quizá, con la ayuda de quienes nos quieren, todavía quede mucho bueno por vivir. Pero, por favor, ahora lento, lento. Ya no tenemos edad para prisas.
(Imagen: flickriver.com)

sábado, 14 de mayo de 2011

Yo no me arrepiento de nada


La frase que encabeza esta entrada es para mí una de las más enigmáticas que se pueden oír.

Hay gente, aunque parezca increíble, que tiene a gala no arrepentirse de nada. Ni de lo hecho, ni de lo dicho, ni de lo callado, ni de lo omitido.
Parece ser que, echando la vista atrás, deducen que su vida es un conjunto de decisiones bien tomadas, de opiniones bien expresadas, de momentos bien escogidos. No saben lo que es la culpa, el arrepentimiento, la duda...
Unos lo harán por prepotencia, otros por ignorancia, otros por estulticia, otros por orgullo, otros por... Quién sabe.

Claro que en el otro extremo están los que se arrepienten de todo, los que viven en la duda absoluta, en el "si hubiera dicho..." "si hubiera hecho..." "si pudiera volver a empezar..." "si aquel día, aquel momento, aquel año..." Para todos ellos debería inventarse la herramienta ideal: la goma de borrar vida, de borrar palabras, de borrar actos, de borrar inmovilidades.

Estoy trabajando en este invento para donarlo altruistamente a la humanidad. ¿La razón de tanto esfuerzo?: La caridad bien entendida empieza por una misma.

(Imagen: autopoder.blogspot.com)

viernes, 13 de mayo de 2011

Un gato en un saco

Seis o siete añitos tendría yo cuando viví un episodio que me hizo tener pesadillas durante meses.
A mi abuela paterna se le había colado un gato en el piso de arriba, maullaba desesperado por salir pero no había manera de sacarlo. Le pidió a mi tío que se lo llevara.
Mi tío subió con un saco, lo colocó estratégicamente, puso algo de comida y cuando el gato, confiado, se metió a por ella, cerró el saco y allá que nos fuimos con él para soltarlo en la calle.
Mientras caminábamos el saco se sacudía con fuerza y a duras penas mi tío podía controlarlo. Pero había que abrirlo y a la hora de la verdad ni mi tío ni unos cuantos vecinos que se acercaron divertidos se atrevían a hacerlo.
Cuando finalmente el gato salió saltó como si se estuviera electrocutando: arañó a casi todos los que estaban alrededor, se golpeó la cabeza varias veces contra la pared más cercana y, finalmente, subió por un canalón hasta el tejado de una casa dejando un rastro de arañazos desesperados.
Durante mucho tiempo recordé el episodio con terror y preguntaba a todos por qué aquellos animalitos dulces y tranquilos que se pasaban horas al sol, lamiéndose el pelo, restregándose contra las piernas de los más cercanos eran capaces de transformarse en monstruos incontrolables que veían a sus libertadores como enemigos.
Muchos años han pasado desde aquel día y nadie hasta ahora ha sabido explicármelo. Moraleja: Tened cuidado porque sacar el gato del saco siempre deja heridas.

(Imagen: es.123rf.com)

De mi pasado vengo (I)

Queda, con esta entrada, inaugurado un nuevo tema: el pasado personal que nos construye. De él venimos y a lo que otros vivieron le debemos mucho de lo bueno y de lo malo que somos.

Mi padre tendría seis o siete años cuando mi abuelo Nicolás se quedó sin su trabajo de guarda de campo. Mi padre, llorando, sólo acertaba a decir: “Entonces ya no podré ser zapatero”. Porque era toda una carrera y una liberación, para quienes no tenían tierras suficientes para trabajar en lo suyo, el hecho de no tener que ir de jornalero con nadie. Zapatero era, en aquel lugar y en aquel tiempo, casi una profesión liberal, con prestigio -no sólo arreglaban sino que también hacían zapatos-, que permitía vivir con dignidad y sin la dureza del campo.

En esta foto mi padre está en su zapatería, cerca de las Pilas, el lavadero público del pueblo, con dos aprendices suyos y rodeado de las herramientas y materiales usuales de su trabajo. La zapatería no era sólo eso: era un casinillo, un lugar de reunión para los hombres del campo cuando llovía y no salían a las tierras, o en las horas de sol en el verano, cuando ya habían vuelto “de mañaná”, o en las épocas en que no se hacían demasiadas labores; para los viajantes, que estaban unos días en el pueblo, se hospedaban en la fonda, charlaban y se ralacionaban con todo el mundo; para los enfermos, que se recuperaban con la charla y con los cigarrillos compartidos; para el "tonto del pueblo"; para los chiquillos que no tenían la obligación de la escuela... Las mujeres, por el contrario, tenían pánico de ir allí: se las miraba, se las piropeaba, se juzgaba cómo eran, lo que hacían, su fama, su vida… Las madres sólo mandaban a las niñas o iban ellas mismas: las mocitas casaderas evitaban incluso pasar por la puerta.

Mi padre tenía fama de ser un “echao pa’lante”. Por eso, y porque era casi ocho años mayor que ella, cuando se "arrimó" a mi madre su familia no lo vio con buenos ojos. Pero aquel iba a ser el final de su carrera de mujeriego y estaba escrito: mi madre me contaba que el día en que él se fue a la mili –ella era una niña de unos once o doce años- fue a la plaza a verlo subirse al camión de los quintos. Subió de un salto, con desparpajo y chulería, y ella penso en qué buen novio sería.

(Imagen: foto familiar. Año 1953 aproximadamente)

martes, 10 de mayo de 2011

Mamá Dalton

Me dicen, y tienen razón, que en la vida hay más temas que los relacionados con madres e hijos. Pero como yo puedo ser muy cansina si me lo propongo, allá voy con mi tema favorito.

Mamá Dalton: qué gran icono de la literatura. La matriarca de cuatro hijos, más feos que picio y más simples que el asa de un cubo (excepto el pequeño-mayor que es al que desprecia), empeñada en catapultarlos al éxito delicuencial que es para ella el destino y el futuro ideal.
Les teje con primor trajecitos de presidiario, les enseña cómo sacar el arma del refajo, les inculca el pundonor de querer ser el ladrón perfecto, les anima en la comisión de delitos sin caer en el desaliento...Pero, ay, a pesar del sueño  materno sus hijos no están hechos para ello y acumulan fracaso tras fracaso sin que Mamá Dalton ceje por ello en su empeño. Ni unos ni otra consiguen lo que quieren.

Moraleja de esta entrada: no seamos Mamás Dalton, no preparemos el futuro de nuestros hijos antes de tiempo porque su camino, sus intereses, sus sueños... puede que vayan por otros derroteros. Pero si aún así los pobres vástagos se enfrentan a mamás Dalton personales entonces el consejo es para ellos: cambia el guión, hijo. Y a tu madre que la zurzan.
(No te olvides de pinchar el enlace)

(Imagen: Morris)

lunes, 9 de mayo de 2011

La barandilla en los balcones (V)

Hoy, un poco de literatura científica y humanística. Divulgación de altura para entender qué y cómo somos, dónde y cómo vivimos.

"La intuición es sólo cognición rápida con el conocimiento requerido parcialmente oculto bajo la alfombra, todo por cortesía de las emociones y de mucha práctica anterior."
"La reducción de las emociones puede constituir una causa igualmente importante de comportamiento irracional."
"Éste es el error de Descartes: (...) que las operaciones más refinadas de la mente están separadas de la estructura y funcionamiento de un organismo biológico."
("El error de Descartes" Antonio Damasio)

"La naturaleza es, en palabras del biólogo François Jacob, una magnífica chapucera, no un divino artífice."
"Uno no tiene más que esperar: es el propio tiempo el que realiza milagros."
"Karl Marx señaló que todos los sucesos históricos ocurren dos veces, en primer lugar como una tragedia, la segunda vez como una farsa."
("El pulgar del panda" Stephen Jay Gould)

"...sólo mediante la transmisión del pasado a los hijos les permitimos inventar su futuro; sólo si somos culturalmente conservadores, podemos ser políticamente progresistas."
"Sólo se espera lo que no se tiene. Por tanto, si uno espera ser feliz es porque la felicidad le falta."
"La gente sólo se mata entre sí por aquello que ignora o que es incapaz de probar."
("El alma del ateísmo" André Comte-Sponville)

"Los jóvenes aprenden a comprar al igual que los patos aprenden a nadar. Es una reacción frente al mundo y una afirmación de la fortaleza y las características de las especie."
"Cada uno va a lo suyo y luego esperamos que las cosas que compramos en las tiendas en diciembre y envolvemos en papel rojo y verde basten para mantenernos unidos."
"En estos tiempos que corren, cuando emprendemos camino hacia el Edén, llevamos nuestras propias serpientes."
("¡Me lo llevo!" Thomas Hine)

"Necesitamos ver nuestra valía personal reflejada en los ojos de los demás, en los ojos de todo el mundo."
"Los giros que dan nuestras vidas dependen más de la suerte que de la virtud. Y, sin embargo, la gente es reacia a admitir este hecho; nos empeñamos en asumir la responsabilidad, tal como queda reflejado en el mito del pecado original. Parece como si prefiriésemos ser culpables a tener mala suerte."
"Una vida feliz consiste en una cadena de sensaciones internas satisfactorias."
("Sobre la bondad. Una breve introducción a la ética" Simon Blackburn)

"Es conocida la anécdota de Stewart sobre un ingeniero, un físico y un matemático que, de viaje en tren, entran en Escocia y ven en medio de un campo una oveja negra. "Qué curioso -observa el ingeniero-, en Escocia las ovejas son negras". "No -protesta el físico-; en Escocia algunas ovejas son negras". "No, no -corrige el matemático con paciencia-; en Escocia hay al menos un campo que tiene al menos una oveja cuyo único lado visible desde el tren es negro." En efecto, los matemáticos son cuidadosos en sus afirmaciones y un número cualquiera de casos particulares en favor de una conjetura no basta para establecer una prueba general."
"El ser humano es una criatura limitada, pero echa a andar hijos cuyos pasos no puede seguir, dioses que lo suceden eternamente y objetos cuya complejidad se le escapa."
("Borges y la matemática" Guillermo Martínez)

Y otro día, más.

(Imagen: re-inventarse.blogspot.com)

sábado, 7 de mayo de 2011

Las dos de la madrugada

Las dos de la madrugada es una hora perfecta.
Para los trasnochadores, que acaban de empezar la fiesta.
Para los madrugadores, que llevan ya horas de sueño y el nuevo día se acerca a sus vidas.
Para los tristes, que se cuecen a fuego lento en su dolor.
Para los felices, que llevan a sus sueños las experiencias vividas.
Para los viejos, que conectan la radio y disfrutan con las conversaciones de solitarios.
Para los jóvenes, que disfrutan entre amigos.
La hora perfecta para los que se han rendido, a quienes nadie descubrirá hasta que sea demasiado tarde.
La hora perfecta para los vividores, que disfrutan despiertos o dormidos de lo que la vida les ofrece.

Sólo las madres sienten que las dos de la madrugada es una hora dolorosa. Cuando llevan los hijos en su vientre porque les despierta su agitación en el reposo. Cuando les dan el pecho porque los bebés consideran que es una hora ideal para vivir. Cuando están creciendo porque las pesadillas los agitan y los miedos los acechan. Cuando son jóvenes porque allá fuera ellas los ven envueltos en peligros. Siempre hay unas dos de la madrugada para sentir el peso de ser madre.

¿Cuándo volverán las dos de la madrugada a ser el nido cálido donde se fragüe el nuevo día?
 
(Imagen: todoarequipa.com)

jueves, 5 de mayo de 2011

21 gramos


21 gramos pesa el alma, dicen los rumores. 21 gramos que, a veces, nos aplastan.
Cuando los hijos son desconocidos, cuando lo que dicen y lo que hacen los convierten en extraños, cuando lo único que podemos hacer es rezar aunque haga tiempo que hemos perdido la fe, los 21 gramos nos lastran y sentimos que el vacío nos llena.
Nadie mejor que una madre desconcertada para entender que nuestra pequeña alma de 21 gramos se pueda hacer insostenible.
Aquí estamos rezando sin Dios, rezando sin fe, rezando sin esperar respuesta. Rezando para que las aguas vuelvan a su cauce. Rezando para que los abrazos llenen de nuevo nuestra vida. Rezando por él y por nosotras. Rezando para salir del dolor y volver a la armonía.

(Imagen: Madre e hijo. Gustav Klimt)

martes, 3 de mayo de 2011

La última maternidad

Tan poquita cosa 
(Abre este enlace tanto si eres madre como si no. Si lo eres, sentirás que la voz de Pasión Vega es la tuya. Si no lo eres, comprenderás por qué la maternidad no puede explicarse.
Gracias a la amiga que me descubrió esta canción.)

No sólo el primer hijo, también el último te hace diferente.
La última vez que sientes la vida dentro, la última vez 
que te descubres en otros ojos, para siempre. La última vez que acechas la respiración de un bebé, la última vez que le alimentas con tu vida. Te hace grande y te hace pequeña. Te hace poderosa y frágil. Segura y ansiosa. Tierna. Dulce.
Cierras un ciclo. El Universo se contrae hasta el tamaño de una cuna.

Vive y siente desde la piel hasta el corazón. No volverán esos momentos. Habrá otros pero esos, que ya son pasado, en el pasado viven.

(Imagen: fotografía propia. Mi niña pidiendo deseos al viento)

domingo, 1 de mayo de 2011

Receta infalible para acabar un día de la madre

Que mi prójimo no me critique, y si me critica que no me entere, y si me entero que no me importe

La frase no es mía -no recuerdo dónde la leí- pero la suscribo.
La crítica siempre es constructiva para quien la hace: une, crea vínculos, entretiene... La crítica da sentido de comunidad, establece lazos que de otra manera serían difíciles de crear, descubre afinidades. Antes se criticaba en los patios de vecinos, en las puertas de las casas, tomando el fresco. Se criticaba al primero -o a la primera- que osaba retirarse, al que llegaba tarde. Hoy se critica desde los medios de comunicación, entre compañeros de trabajo, entre amigos, en las redes sociales. Los vecinos ya no interesan porque ni se tienen en común ni se conoce su vida y milagros.

Para los receptores de las críticas éstas pueden ser demoledoras o totalmente inocuas. Depende de la sensibilidad de cada uno y de quién la hace. El refranero nos da pistas: "No ofende quien quiere sino quien puede", "Quien escucha, su mal oye"... Cuanto más débil la autoestima, cuanto más fina la piel, más duro el enterarnos de ser objeto de críticas. Por el contrario hay quien prefiere "que hablen de mí, aunque sea bien", paradoja que representa a los que deciden que ser el centro de una conversación siempre es grato.

Debemos tener claro que no nos escapamos de las críticas. Un signo básico de madurez es aceptar esta premisa y no pretender que todo el mundo nos quiera y nos encuentre sólo virtudes. Pero claro, como todo lo que implica madurez, es duro de conseguir.
Así que recitemos este mantra para sufrir un poco menos: "Que mi prójimo no me critique, y si me critica que no me entere, y si me entero que no me importe".

(Imagen: bligoo.com)

Día de la madre

Por las pataditas en la barriga. Por sentir la vida crecer en mí.
Por descubrir en otros ojos un vínculo eterno.
Por la primera palabra. Por las sonrisas. Por los bracitos que se alargan desde la cuna.
Por las canciones a voz en grito en el coche. Por los dibujos. Por los besos espontáneos. Por los besos robados.
Por las broncas y las lágrimas. Por las expectativas cumplidas y por las fracasadas.
Por todo lo bueno que queda por venir. Por todo lo bueno vivido. Por lo malo que nos une. Por lo que conseguiremos juntos.
Por ayudarme a ser mejor persona, más generosa, más abierta, más flexible. Por ayudarme a dejar el tabaco, a comer verdura y a cumplir horarios.
Por la alegría de ser como son, por la esperanza de que sean como serán.
Por darme ganas de vivir incluso cuando las sombras acechan.
Porque vienen del pasado y van hacia el futuro. Porque me lo dan todo sin saberlo.
Porque son libres y son míos.

(Imagen: Forges)