sábado, 25 de junio de 2011

Misterios sin resolver

El alcalde de  Bélmez de la Moraleda se apellida Justicia.

Con ese apellido parece normal que haya acabado en  política (buscando la justicia social) y en un partido que lleva en sus siglas la intención de ser de izquierdas. Pero hete aquí que el señor Justicia, con la que está cayendo -en nuestro país y en el mundo mundial- tenía unos dinerillos que gastar y no sabía en qué. Concretamente eran 587.000 euros de fondos de la Unión Europea, 208.000 euros de la Diputación de Jaén y 42.000 euros del Ayuntamiento.

Cual ratita presumida él, y todo el consistorio supongo, se preguntaban a qué podrían destinar dicho pellizquito. Y pensando, pensando, se les ocurrió crear el "Centro de Interpretación de las caras de Bélmez". Parece una broma pero no lo es. En 1971 se inició una historia que parece no tener fin: en una de las casas del pueblo aparecían unas misteriosas caras en el pavimento que volvían a surgir se las tapara con lo que se las tapara. El tema era propio de un país tercermundista que acababa de incorporarse como aquel que dice al mundo moderno después de una guerra civil y una larga y oscura posguerra. En esa época, lo damos por bueno.

Pero estamos en 2011 y, cuarenta años después, en plena crisis, con los Indignados en la calle y la sensibilidad contra el gasto superflluo a flor de piel se destina casi un millón de euros a revivir supersticiones y fraudes.
Hay quien ha dicho: es que fomentará el turismo. ¿Y  qué? También se fomenta el turismo matando elefantes o prostituyendo niñas y nadie debería subvencionar ese turismo.
Dios me libre de comparar unas inofensivas patrañas con la matanza de animales o la prostitución infantil pero no me digáis que no es para Indignarse.

Mi niña de nueve años hace muchas preguntas sobre como funciona el mundo y el porqué de que haya cosas que se hacen bien y cosas que se hacen mal. Pobrecita, cree que yo tengo las respuestas.

(Imagen: misteriosaldescubierto.wordpress.com)

Quien escucha, su mal oye

Cuando preguntamos a nuestros preciosos hijitos dónde van, con quién, hasta cuándo, para qué, etc. obtenemos vaguedades, en el mejor de los casos, y miradas asesinas en el peor.
Las respuestas se mueven en un arco que va de los bufidos a los gruñidos pasando por los silencios, los gestos y las risas cómplices con sus hermanos, si los hubiera.
Y sin embargo no tienen pudor en mostrar al mundo cosas íntimas, personales, fotos en posturitas, deseos inconfesables, anhelos secretos, datos y detalles que ni poniéndoles cerillas bajo las uñas nosotros podríamos conseguir.

No saben, por más que se lo decimos, que aquello que ponen en la red es una botella que se lanza al océano, algo sobre lo que se pierde el control y que, como se dice en las películas de polis, en cualquier momento puede ser usado en tu contra.

Esos amigos del alma se perderán en el tiempo; esos amores eternos se diluirán como un azucarillo pero los rastros que han dejado en la red darán y darán vueltas recordando un pasado a veces muy olvidable. Se abren a los desconococidos, a los amigos del alma de un cuarto de hora, a los compañeros de parranda. A los padres no, que están en el lado oscuro, que no les comprenden, que no se enrollan, que les hacen la púa. A los padres, ni agua, que bastantes secretos les han guardado en la infancia y bastantes sueños les han velado (a saber de lo que se enteraron cuando hablaban en sus pesadillas).

Así que daré vueltas en la red, como un satélite desnortado, esperando encontrar alguna explicación de las que se me niegan. O, pensándolo bien, mejor me quedo quietecita que aquello que desconocemos no nos puede hacer daño.


(Imagen: gaturro.com)

viernes, 24 de junio de 2011

¡¡Al fuego!!

¡¡Al fuego!! Al fuego con lo inútil, con lo que nos daña, con lo que nos paraliza.
Echemos al fuego las dudas, los duelos, los quebrantos, los dolores, las penas, los malos pensamientos, las intenciones negativas, los hechos irremediables, los anhelos inalcanzables, las lágrimas, la angustia, los silencios culpables, las palabras hirientes, la soledad impuesta, la compañía ingrata.
Quememos lo injusto de este año, lo que no debió suceder y sucedió, lo que esperamos y no llegó nunca.

Que de esa hoguera no quede ni rastro; echemos agua. Purifiquemos con fuego, con agua, con aire. Limpiemos para encontrar la paz de espíritu, la serenidad, la confianza, la fortaleza. Y si no, la resignación.

Hagamos borrón y cuenta nueva en este solsticio: de forma pagana, examen de conciencia, dolor de corazón y propósito de enmienda.

Tenemos lo que tenemos y ello nos ayudará a vivir.


(Imagen: fotografía personal. Hoguera de San Juan. Verbena de las fiestas del Centro. 23 de Junio)

domingo, 19 de junio de 2011

Personajes (V) Fundador

El coñac Fundador, que supongo que aún existe, se anunciaba hace años en la prensa y en la televisión con el eslogan que se ve en la imagen: "está como nunca".

Y por eso al personaje que hoy describo lo llamo así: "Fundador". Es ese ser que aunque lo veamos arrastrado, humillado, hundido, jamás reconocerá sus problemas. Sus derrotas, por más evidentes que sean a nuestros ojos, no existen. Su respuesta tipo al cómo estás siempre es: "Estoy como nunca".

Dentro de dicho personaje hay dos subtipos ya más difíciles de descubrir a simple vista: aquel que verdaderamente se lo cree y por lo tanto, engañándose a sí mismo es feliz y aquel que no se lo cree pero no reconocería su malestar ni bajo tortura. El primero puede ser, a su vez, de varios tipos: ingenuo, conformista, cegato, optimista, superviviente... El segundo también tiene variedades: orgulloso, resentido, desconfiado...

Todos tenemos, sin embargo, nuestra pequeña parcela de "Fundador". A veces nos cuesta reconocer los fracasos o los dolores a según quién y en según qué circunstancias. Nos ponemos suspicaces por si se alegran o nos hacemos los fuertes para sacar de la apariencia fortaleza. Es poner en práctica lo que decían nuestros abuelos: "Más vale que te tengan envidia que no lástima". Pero es una actitud pasajera si no es ése tu talante. Cuando menos te lo esperas el personaje se te viene abajo y te descubres lamentándote, quizá sin quererlo.

Nuestro auténtico "Fundador", aquel que se merece entrar en esta galería de personajes, es firme en sus respuestas, sin resquicios. Está como nunca, de primera, canela en rama... Que al andar deje un rastro de sangre no importa, siempre su vida será más y mejor que la nuestra. Que lo disfrute.
(Imagen: blog.adlo.es)

sábado, 18 de junio de 2011

La madre de Caperucita

Cuando yo vuelva a nacer, si vuelvo a ser madre, me pido ser la madre de Caperucita.
Esta mujer, de la cual no sabemos ni el nombre, es mi heroína, la persona que vive su  vida y halla su felicidad en saber siempre lo que hace, sin reflexiones culpables ni remordimientos.

Veamos la historia:
Tiene una madre que vive sola en un bosque, en una casa solitaria cuya puerta se abre tirando de una cuerda. Está en cama porque no se encuentra bien y ningún medio de comunicarse conocido, que sepamos, tiene a su alcance.
Tiene una hija, por la estatura con la que aparece en las ilustraciones de no más de 10 años, que no va a la escuela ni se relaciona con nadie.

Con estos mimbres el personaje de la madre de Caperucita -muy hacendosa, eso sí, porque le ha hecho la capita colorada- debería ser un alma torturada. Corriendo entre su casa y la del bosque para atender a su madre, buscando para su hija alguien que la cuidara durante su ausencia y también decidiendo qué ofrecerle para mejorar su futuro. Pobre madre, hubiera podido ser la protagonista de un cuento torturado, de gran profundidad psicológica del personaje, ocupando sus tribulaciones el centro de la historia.

Pero, ¿qué tenemos?. Una madre dedicada a sus labores cotidianas que llenan su ocio y la realizan -ahora coso un vestidito, ahora hago unos pasteles, ahora emboto miel- que recuerda que su propia madre no está muy bien y debería llevársele algo de comer. Así pues prepara una cesta: miel, vino (???Sí, en algunas versiones le envía vino, digo yo que para olvidar las penas) y un pastel. Ir ella no le va bien, quizá daban su serial favorito o una causa similar. Así que quién mejor que su hijita. Sólo debe atravesar el bosque, tener cuidado con un lobo que ronda y no salirse del camino. Cosas todas ellas al alcance de una niña de diez años bien educada. Le hace unas recomendaciones al respecto y la envía a cumplir con su misión.

El resto del cuento todos lo sabemos: se encuentra al lobo, le habla, se sale del camino, hace todo lo contrario de lo que debería y le pasa lo que le pasa.

Por mucho menos de eso la Administracion Pública le quitaría a esa madre la custodia y se la acusaría de maltrato a menores y a ascendientes a su cargo pero en este cuento no recae en ella ni la moraleja. La moraleja es para la niña: ojo, no desobedezcas a tus mayores que siempre velan por ti y saben lo que hacen. Anota los valores que te preservarán de los problemas: discreción en el trato con desconocidos y obediencia a los consejos maternos.

¡Qué gusto sería ser una madre así! Libre de culpas, de duelos y quebrantos por lo que ha sucedido o por lo que pueda suceder. Exculpada por el mundo y por una misma. Dejando que cada cual viva como pueda y siga o no los consejos sacando las consecuencias oportunas. ¡¡Me pido el personaje!!

(Imagen: jorgulio-nuube.blogspot.com)

jueves, 16 de junio de 2011

De mi pasado vengo (III)

En esta fotografía están mis abuelos maternos, mi tío, mi madre y mi tía. Falta la más pequeña, que nacería unos años después.
Está hecha a principios de los 40: quizá era la primavera de 1941 ó 42.

Mi tío y mi madre se llevaban unos 20 meses. La diferencia de edad entre mi madre y mi tía era de más de cuatro años. En esos años que las separan habían nacido otras dos criaturas que murieron en el intervalo de pocas semanas: Silverio, con algo más de dos años y Francisco, de unos pocos meses. A los dos se los llevó el sarampión que entonces hacía estragos, como tantas otras enfermedades infantiles. Los primeros años eran críticos y si los niños los superaban había otro trance que pasar: la primera juventud, en la cual la tuberculosis les rondaba y se llevaba a muchos de ellos.

Mi abuela fue una madre con suerte: sólo perdió dos hijos. Vecinas y amigas perdieron tres, cuatro, seis... Los hijos te los daba Dios y Dios te los quitaba. Perderlos era algo tan natural como parirlos. Se morían y a ello todo el mundo estaba acostumbrado: "Angelitos al cielo y ropita al arca". Los angelitos volvían al lugar de donde habían venido y la ropa se guardaba porque al año siguiente seguramente se habría de volver a usar. Se les velaba, se les lloraba, se les enterraba y se les olvidaba. A veces, se aprovechaba su nombre para otro que nacía después. De los que hubieran sido mis tíos no queda ni siquiera una fotografía. Fotografiarse era un acontecimiento para el cual había que prepararse con tiempo.

Cuando pensamos en el desgarro que debe producir la muerte de un hijo nos sorprenden estas historias tan cercanas a nosotros. Cuando los hijos se han convertido en el centro de atención, cuando absorben tu pasado, tu presente y hasta tu futuro, cuando sus cambios y vaivenes determinan la felicidad propia, se nos hace difícil comprender cómo no hace tanto tiempo eran una parte de la vida que venía con naturalidad -si no venían se podían criar los sobrinos, los ahijados... que para eso había muchos en casi todas las famlias-, se criaba con naturalidad y si se iban la vida seguía porque ni eran el centro ni podían serlo. Se esperaba de ellos que crecieran con lo que había -lo mismo que sus padres habían tenido-, que ayudaran en cuanto tuvieran edad -que era muy pronto- y que cuidaran a sus padres en la vejez..

Así era la vida y de ella venimos. Sin olvidarnos de que así sigue siendo todavía en sitios no tan lejanos.

(Imagen: fotografía familiar. Principios de los años 40 del siglo pasado)

miércoles, 15 de junio de 2011

De una pieza

Dice la Real Academia Española de la Lengua que ser alguien de una pieza es ser alguien íntegro, sin dobleces.
Ser de una pieza se considera una virtud, una cualidad, una condición que nos hace mejores personas y que nos ayuda en nuestro caminar por la vida.

Y sin embargo, nos examinamos y quien más quien menos se ve los encajes, las fisuras, las grietas, las muescas, lo que sea que une las diferentes personas que somos, en el tiempo y en el espacio.

¿Qué tendríamos en común con la chica que fuimos a los veinte años? ¿Cuántas veces dijimos yo jamás... yo nunca... yo en la vida... y ahora deberíamos tragarnos nuestras palabras -en el caso de que podamos incluso recordarlas-? ¿En qué nos reconocemos en las opiniones sostenidas, en las discusiones entabladas, en las actitudes enarboladas hace años? ¿Somos esa alegre y divertida compañera a la hora del aperitivo o somos esa madre desesperada que pierde los nervios? ¿Somos la amiga que consuela o la conductora que se exalta? ¿Somos la consejera prudente o la persona desbordada por las circunstancias? ¿Somos la niña llena de ilusiones o somos quien llora por los sueños perdidos? ¿Somos quien fuimos, quien somos, quien seremos?

No soy de una pieza ni podré serlo. Acepto mis contradicciones y mis caras diferentes. Me hacen humana y me hacen fuerte. O no, pero así es. Hoy digo blanco, siento blanco y mañana puedo decir negro porque todo cambia. Así lo canta la gran Mercedes Sosa y así lo siento: Todo cambia.

Ahora sólo me queda aceptar que mis hijos también cambian y que hay que sentarse a esperar que el fruto de los cambios sea para bien.

(Imagen: shop.alifemoreinteresting.com)

martes, 14 de junio de 2011

¡Qué culpa tengo de quererte tanto!


En su  sensible blog Melina ha incluído un poema de Leopoldo Lugones.
Supongo que el poeta no pensaba en el amor de una madre a su hijo cuando lo escribía pero yo, sensible al tema desde siempre y en los últimos tiempos dramáticamente sensible, hago míos esos versos y digo: ¡Qué culpa tengo de quererte tanto!

Y sin embargo, culpa tengo. Soy culpable de confiar cuando no debo y desconfiar cuando no es necesario. Soy culpable de buscar sus manos y sentirme sola si ya no caben en las mías. Soy culpable de haber construído mi felicidad sobre un futuro ajeno. Soy culpable de pedir lo que yo doy. Soy culpable de ser dura y de ser tierna, de ser exigente y de ser condescendiente. Culpable de espiar, de escuchar. Culpable de no oír. Culpable de no ver. Culpable de ver demasiado. Culpable de llevar por bandera la maternidad. Culpable de querer que vean la vida con mis ojos, que sientan con mi corazón, que luchen por mis ideales. Culpable de avergonzarme por ellos cuando ellos son yo misma.

Soy culpable de no escuchar sus voces, de no valorar sus sueños, de que el cristal con el que miran me sea ajeno. Culpable de no tener paciencia, de no saber esperar que las aguas vuelvan a su cauce. Culpable de no aplicar lo que predico. Culpable soy pero ya estoy pagando: en el pecado llevo la penitencia.

Sólo he de decir en mi descargo que el amor es infinito. Pero también, como el poeta, he de decir "Y es tan hondo el dolor con que te quiero, que tengo miedo de quererte así". Que mi amor no les asfixie, que mi amor no les ahuyente, que mi amor no  les dé miedo, que mi amor no les aparte de mí.

(Imagen: Paty Cruzat "Abrazo máximo")

lunes, 13 de junio de 2011

La mano que sostiene, el pecho que cobija

Acabo de llegar de un funeral. Hace unos días murió una persona conocida, la hermana de un tío político y, como es costumbre en nuestro país y en la religión en que nos bautizaron, al cabo de unas semanas se le hace un funeral.

Las personas que no pudieron asistir al entierro o aquellas más cercanas que quieren reiterar su acompañamiento a los dolientes -habría que hacer una entrada sólo para comentar esas bonitas palabras que repetimos sin darnos cuenta de su peso- asisten a esa misa donde se nombra al difunto y se ruega que sea acogido en el cielo, prometido desde el bautizo.

Las palabras que dicen los sacerdotes en esos casos son terriblemente vacías: poco pueden consolar a quien está sufriendo y parecen dichas para que uno se alegre por lo ocurrido y esté deseando morirse porque lo que le espera es maravilloso y alejado del sufrimiento que nos rodea. No son sensibles a los diversos grados de fe que tienen los que asisten ni a si las circunstancias de la muerte les han hecho perder la confianza y tambalear las creencias que les inculcaron.

Sin embargo, por sorpresa, hay cosas que todavía conmueven: la luz de las iglesias o su penumbra, la entrega que se ve en gente o muy joven o muy vieja, la austeridad o el barroquismo, las velas, la liturgia repetida en tantas voces... y las letras de algunos himnos que, de repente, te dan ganas de creer por encima de todo. De volver a pensar que alguien vela por ti -la mano que sostiene, el pecho que cobija- sin pedirte nada a cambio. Que alguien te quiere por encima de todo y nunca te abandonará. Que alguien te espera para perdonarte todo lo malo y premiarte todo lo bueno. Alguien que no va a fallarte ni queriendo, ni sin querer.

Luego sales de allí y recuerdas los dolores -propios y ajenos-, las cosas pedidas y nunca concedidas, los desgarros que se te han ido acumulando, las desgracias que la humanidad acumula y sientes que el argumento era bonito pero poco creíble. Lástima.


(Imagen: pensamientograduacion.blogspot.com)

viernes, 10 de junio de 2011

Por saber

¿Cuánta energía se gasta en un abrazo? ¿Cuánta se recibe? ¿Es una ernergía renovable?
¿Por qué le llaman memoria cuando quieren decir rencor? ¿Por qué le llaman justicia cuando quieren decir venganza?
A quién se quiere más, ¿a mamá o a papá? ¿Qué han de hacer papá o mamá para encabezar el ránking?
¿Por qué vamos arrastrando eternamente el cordón umbilical? ¿Cuánto duele cortarlo?
¿Quién diferencia los vicios de las virtudes? ¿Con qué criterio?
¿Es cierto que vivimos en el mejor de los mundos? ¿Cómo será el peor?
¿Por qué los debes pesan más que los haberes?
¿Por qué fallando una vez se olvidan tus éxitos?
¿Cómo se dicen verdades sin ofender? ¿Cómo se dicen mentiras sin herir?
¿Quién te llevó de la mano por última vez? ¿Quién te sentó en sus rodillas para domirte?
¿Dónde van las palabras que te tragas? ¿Dónde van las miradas que escondes?
¿Quién nos quiere y no nos lo dice? ¿Quién no nos soporta y lo dimisula?
¿Por qué no recibimos una señal cuando en nuestra vida hay un cambio de agujas?
¿Por qué una hora no dura siempre sesenta minutos? ¿De qué depende?
¿A quién debemos algo y no somos conscientes? ¿Quién nos debe y no nos paga?
¿En qué lugar fuimos más felices? ¿Qué lugar recordaremos en el último momento?
¿Dónde estaremos la próxima primavera? ¿Cómo de largo se nos hará el invierno?
¿Por qué el sol a veces no nos calienta?
¿Qué hemos de poner en la balanza para decir que hemos vivido?
¿A quién debemos dedicar los triunfos? ¿Quién se enorgullece de nosotros?
¿Tiene el cariño fecha de caducidad? ¿Y la amistad?
¿Por qué somos inasequibles al desaliento? ¿Por qué nos levantamos aunque nos creamos caídos para siempre?
¿Cómo tenemos el corazón de grande?
¿Quién puede contestar tantas preguntas?

(Imagen: 10puntos.com)

jueves, 9 de junio de 2011

Expulsados del paraíso

Acurrucarte en la cama de tus padres. Disfrutar haciendo el equipaje. Creer en los Reyes Magos. Alegrarte con las visitas imprevistas. Poner dientes debajo de la almohada. Llenar la bañera de animales. Escuchar cuentos en la cama. Quedarte en casa cuando tienes fiebre. Dormirte en el regazo de tu madre. Verlo todo desde los hombros de tu padre. Hacer amigos en un rato. Creerte inmortal. Creer que los demás son inmortales. Tener abuelos. Curarte con un "sana, sana". Curiosear en los cajones. Ponerte la ropa de los mayores. Sentir que vuelas cuando te hacen el avión. Vivir veranos eternos. Meterte en los charcos. Señalar a la gente por la calle. Cantar canciones subidos en una silla. Amanecer con una sonrisa. Alegrarte porque llueve, porque hace sol, porque hay nubes, porque sopla el viento. Sentirte querido incondicionalmente. Llorar y reír sin vergüenza. Hacer de una herida una aventura. Recibir besos y caricias sin medida. Montar el belén. Poner bolas en el árbol. Disfrazarte con cualquier cosa. Empacharte sin culpabilidad. Gritar sin que te importen los vecinos. Aprender a leer. Ir al zoo. Saltar a la cuerda. Tocarte con las manos las puntas de los pies. Esperar con ansia el cumpleaños. Dormir de un tirón. Dejar que decidan por ti.

Intranquilos, dolidos, resentidos, ansiosos, impacientes, injustos. Nuestros pequeños están esperando ser felices de nuevo sin saber que con la libertad que tanto ansían perdieron el paraíso.

(Imagen: Quino)

miércoles, 8 de junio de 2011

Conducir en perfectas condiciones

Hace unos días fui a renovar mi carnet de conducir.
Teniendo en cuenta que un automóvil puede convertirse con facilidad en un arma de destrucción masiva no es éste un trámite que pueda tomarse a la ligera y así lo entiende la administración exigiendo un informe médico que certifique tu salud física y mental.

Así pues, con la alegría que la responsabilidad ciudadana imprime, me dirigí a uno de los centros autorizados para dicho trámite.

Primer paso: entras y en el mostrador de recepción te piden 92 euros que pagas sin rechistar. Que tú dices,  vaya por Dios, lo primero cobrar. Pero no, se te escapan, porque no eres especialista, los objetivos que tiene cada uno de estos pasos. Cuando tú pagas religiosamente lo que te han pedido la amable chica recepcionista no sólo marca en una casilla "cobrado" sino que certifica que:
a) el usuario acata las normas sin asomo de rebeldía ni cuestionamiento,
b) el usuario controla los accesos de ira súbitos,
c) el usuario responde con equilibrio y templanza a las situaciones de riesgo y peligro que se le presentan imprevisiblemente,
d) el usuario no padece taquicardías, ataques de ansiedad ni trastornos varios ante situaciones de estrés y tensión.

 Seguidamente pasas al despacho del oculista. La vista es la que trabaja primordialmente en la conducción así que el facultativo se asegura de que ésta esté en perfectas condiciones. Para que tu autoestima no se resienta, eso sí, te coloca a un metro aproximadamente del cartel que debes leer con tino.

En el siguiente despacho te toman la tensión, que consideran normal si se mueve en la franja de entre 2 y 18. Si estás por debajo de 2 te recomiendan beber café y si estás por encima de 18 que no lo bebas. También te auscultan. Por debajo o por encima de la ropa según tu aspecto. Yo estoy en un grado medio pues requirieron que me desabrochara algunos botones (para la edad que tengo no está mal). El oído se obvia. Total, para lo que hay que oir.

Y para finalizar entras en el despacho que ostenta el cartel de "Psicóloga". Aquí primero te colocas a los mandos de un aparatito consistente en dos manivelas. Con cada una de ellas debes dirigir un vehículo que se mueve en dos franjas que avanzan haciendo curvas y rectas aleatoriamente. Cuando dicho vehículo toca los márgenes el aparatito en cuestión pita. Lo normal es que los pitidos sean continuos (se oyen desde el pasillo) pero la señorita psicóloga considera que como normalmente, excepto en las películas de James Bond, no se conducen dos vehículos a la vez, la prueba está superada satisfactoriamente.
También te pregunta si tomas psicofármacos, drogas, medicación para depresión, ansiedad... a lo cual tú contestas que no. Y ella te cree porque sabe que dices la verdad, que para eso ha estudiado.
Y como colofón te sientas delante de una webcam para hacerte una foto. La pega que tiene esta foto es que has de bajar la barbilla hacia el cuello con lo cual las posibilidades de que te saquen papada aumentan peligrosamente. La ventaja es que la señorita psicóloga ve en su pantalla no sólo tu imagen sino que el sofisticado aparato descubre -como los escáneres en los aeropuertos- si llevas un embudo invertido colocado en la cabeza. Si no es así lo que parece una inocente fotografía acaba de certificar fehacientemente tu salud mental.

Y revisión concluida. Pasas por recepción y te dan un resguardo que te permitirá conducir hasta que te llegue a casa el carnet renovado.
Y sales pletórica, en la confianza de que los cientos de conductores con los que te cruzas en la carretera han pasado, todos ellos sin excepción, por el  mismo control que tú. Como mínimo están tan sanos como dice su certificado médico.


(Imagen: testblog.net)

martes, 7 de junio de 2011

Caminos cortados

La entrada anterior era nostálgica. Tenía añoranza, melancolía y también culpabilidad: dejé de llamar, perdí el contacto, no respondí a mensajes... qué se yo cuántas razones nos alejaron de los amigos. Quizá sólo el tiempo.

Esta entrada, en cambio, es pura tristeza. Pero he de escribirla. Ya vendrá el momento del optimismo y de la alegría.
Es la entrada de los caminos cortados, de las rutas irrecuperables hacia gente que formó parte de nuestra vida. Con ellos se llevaron una parte de nosotros. Con ellos se fueron ocasiones de hablar, de reír, de perdonar y ser perdonados, de criticar, de alabar, de recuperar recuerdos, de planear el futuro, de revivir el pasado...

Añoro a mi madre, a quien nunca fuí capaz de explicarle cómo la quería. Añoro a mi abuela Concepción que me crió con firmeza y desvelo. Añoro a mi abuelo Gonzalo y sus batallitas. Añoro a mi abuela Anica, divertida y ausente. Añoro a mi tío Nicolás, alegre y optimista. Añoro a mi tíos José, Dolores, Nazario, Teresa, Eduvigis... testigos de mi infancia. Añoro a Dori con la que paseé en el verano tantas veces. Añoro a todos los que fueron importantes en la vida de la gente que me importa. Añoro a la gente que no conocí pero que me han hecho como soy. Añoro las vidas que ya nunca se cruzarán con las mías.

(Imagen: vivirconmiopatia.blogspot.com)

lunes, 6 de junio de 2011

Caminos donde creció la hierba

Hace menos de veinte días fue mi cumpleaños. Cumplir años siempre es bueno porque la alternativa ya sabemos cuál es. Aun así hay años en que nos coge en mal momento y rememoramos tiempos mejores y oportunidades perdidas y cosas que hicimos y cosas que no hicimos y personas que añoramos...

Algo que me ronda en la cabeza desde ese día es cuánta gente conocemos y cuánta llegamos a perder sin motivo.
Una frase que ha rodado por el mundo desde Platón hasta nuestros días nos aconseja no dejar crecer la hierba en el camino de la amistad. Una frase certera pero un consejo difícil de seguir. A veces, ni siquiera dejamos que el camino florezca: hay una afinidad, un algo que nos une pero que no cuaja porque no hay tiempo ni hay oportunidad. Otras veces ha llegado a haber muchas cosas compartidas, buenos y malos momentos, muchas horas del día que, de repente, quedan en nada.

Con esta entrada quiero hacer un pequeño homenaje a muchas de las personas que pasaron por mi vida, que fueron mis amigos o pudieron llegar a serlo y que quién sabe dónde están.

Añoro las conversaciones con Dora, de Bélmez de la Moraleda, cuando íbamos y veníamos de Esparraguera. Añoro las esperas interminables en casa de Dolors, mientras comía con sus hermanos, antes de ir al cole. Añoro los paseos por el pueblo con Mari Carmen, comiendo pipas y sidral. Añoro las comidas atragantadas de risa con todo el claustro del Montpedrós. Añoro a compañeros del instituto que parecía que iban a ser amigos para siempre: Pedro, Tete, Manoli, José Luis, Marta y tantos otros. Añoro a Carlos, Eulàlia, Carmen y Quico, animados siempre. Añoro a Montserrat, reflexiva y tan compañera. Añoro incluso a aquellos de los que no me acuerdo y por ello, más los añoro: porque definitivamente se colaron por la rendija del tiempo.

(Imagen: es.123rf.com)

sábado, 4 de junio de 2011

La barandilla en los balcones (VI)

Hoy os acerco a lecturas un poco especiales. Corresponden a libros que me decepcionaron quizá porque los leí con muchas expectativas, bestsellers infumables que se vendieron como churros y en los cuales piqué, novelitas insulsas respaldadas por un nombre famoso... en fin, literatura olvidable.
Lo curioso y lo mágico es que, aun así, aparecen frases que resplandecen, palabras que merece la pena recordar. Así son los libros: entre sus páginas, y a pesar de sus autores, se esconden siempre rayos de luz.

"Vivimos en una sociedad tan delirante, que ser "normal" no es otra cosa que delirar con los demás."
("Preocuparse es divertido" Corinne Maier)

"La saviesa és com el somriure del gat d'Alícia, allò que ens queda quan el gat ja ha fugit."
"La feina de l'educació, en definitiva, és obrir els ulls."
("Mirades a l'educació que volem" Joan Doménech i Joan Guerrero)

"El atractivo de una actividad es el resultado de dividir el placer que produce por el esfuerzo necesario para conseguirlo."
"El sabio Aristóteles elogiaba al viejo Platón porque había dicho que el fin de la educación es enseñar a desear lo deseable."
("La magia de leer" José Antonio Marina)

"L'odi, com els rius, fa menys soroll com més profund és."
"Els esclaus sense amo són lliures. Els amos sense esclaus no són res."
"La mentida més creïble sempre és la més gran."
("Pandora al Congo" Albert Sánchez Piñol)

"Hemos conocido al enemigo y éste es nosotros mismos."
"Nuestro cerebro está programado para la aprobación porque cuando éramos bebés, ser rechazados significaba la muerte."
("Paz interior para gente ocupada" Joan Borysenko)

"Vivir es penar, decía mi abuela, que tenía todo tipo de virtudes salvo el optimismo."
"Decía Cicerón que el que aconseja solamente responde de sus buenas intenciones."
("Todas las muñecas son carnívoras" Ángela Vallvey)

"Los rumores son como la crecida de un río. No se pueden frenar."
("Los libros arden mal" Manuel Rivas)

Quizá alguien que lea esta entrada considere injusta la inclusión de alguno de estos libros. Si es así, pido perdón y recuerdo que el mejor escribano echa un borrón.


(Imagen: cuadernodelasletras.blogspot.com)

viernes, 3 de junio de 2011

Fan del Coyote

Tengo muchos defectos. Unos son evidentes para los demás y otros están ocultos y sólo a mí me molestan. Unos son fruto de mi educación y otros de mi experiencia. Unos propios de la época en la que vivimos y otros se arrastran por el mundo desde hace siglos. Unos están dominados y otros me dominan.

Todos ellos pueden dividirse también entre los que rechazo y pongo en mi lista de corrección -elaborada cada primero de enero- y los que acepto porque me hacen ser quien soy.

En este último grupo está la querencia por los fracasados, por los perdedores, por aquellos a quienes todo le sale mal -con culpa o sin ella-. Me despiertan la ternura, por muy cafres que sean, aquellos que tropiezan una y otra vez con la misma piedra, los que se meten en líos, los que se ponen una meta que nunca alcanzarán, los malos de la película que no despiertan aplausos. Es un defecto: lo sé. Está mal visto justificar lo injustificable y defender a quien cae, sobre todo si es por su culpa. Pero no puedo evitarlo. Cuando todo el mundo aplaude al bueno yo siento que no todo se lo ha merecido.

Por todo lo expuesto, y sabiendo que no tengo razón, soy fan del Coyote, de los equipos de fútbol que juegan contra el Barça, de los partidos que nunca gobernarán, de los alumnos que suspenden, del gato Silvestre, de la URSS, de los indios en películas de los 40 y de los vaqueros en películas de los 90, del gato Jinks, de Salieri, de Madame Bovary, del Superagente 86, de los ladrones en los juegos infantiles, de las Divinas, del feo y el malo, de los cátaros, de Moctezuma, de los hermanos Dalton... y así hasta el infinito pues la vida está llena de fracasados.
(Imagen: fotosguapas.net)

jueves, 2 de junio de 2011

Vendo lote de consejos en buen estado. Ideal parejas. Muchas posibilidades. Incautos, perdón interesados, dejad un comentario

  • El amor todo lo puede.
  • Cariño y sentido común es todo lo que se necesita.
  • Hablando se entiende la gente.
  • Cuenta hasta diez antes de hablar.
  • No te calles nada: luego pasa factura.
  • Si tú lees tus hijos leerán.
  • No te preocupes.
  • El tiempo todo lo cura.
  • Ten paciencia.
  • Con una sonrisa se te abrirán todas las puertas.
  • Haz bien tu trabajo y obtendrás tu recompensa.
  • La vida pone a cada uno en su lugar.
  • Escucha mucho y habla poco.
  • Sé fuerte y sé firme.
  • Confía en los demás.
  • Olvida y perdona.
  • Pon límites y harás más felices a los que de ti dependen.
  • Ofrece tu experiencia. Valora la ajena.
  • Ayuda desinteresadamente.
  • Sé generoso.
  • Toma nota de los consejos.
(Imagen: educacioninicial.com)