sábado, 30 de julio de 2011

Canto a la vida

Decía un personaje de Woody Allen que cuando escuchaba música de Wagner le entraban ganas de invadir Polonia.
Cuando yo veo este verano algunos anuncios me entran ganas de beber cerveza. Y eso que no me gusta.

Los publicistas -genios de nuestros tiempos- se han puesto de acuerdo y han hecho sus creaciones más brillantes en tres anuncios de esta bebida.

Veamos.
En el primero, de San Miguel, un joven dinámico y vital recorre el mundo con energía. Entra en el metro en Moscú y sale en Estambul; coge la bici en Barcelona y la deja en Berlín; camina entre ríos soviéticos y madrileños... Ciudadanos de un lugar llamado mundo tramando un plan para ser mejores. La posibilidad de valorar más lo que une que lo que separa a la humanidad.

En el segundo, de Estrella Damm, un joven consigue un sueño y a pesar de las dificultades y las inseguridades que lo acechan va abriéndose camino y creciendo. Todo ello en un ambiente de vida gratificante, de placeres sencillos recuperados. Y el genio culinario rindiéndose a lo elemental.

En el tercero -mi favorito- de Cruzcampo, aparece la reivindicación del Sur como espacio de felicidad, de relajación, de oxigenación frente a la responsabilidad y el trabajo, frente al agobio cotidiano. El Sur como la amistad, la vitalidad, la bocanada necesaria antes de zambullirnos de nuevo en el vértigo de la vida.

No me gusta la cerveza, no tengo la edad que se ensalza, me dan pereza los viajes, no sé cocinar... ¿Por qué pues me han dejado tan fascinada estos anuncios? Pues porque son un canto a la vida, ensalzan los pequeños placeres, el optimismo, la posibilidad de ser feliz, la alegría cotidiana, los valores que pueden mejorar el mundo en que vivimos... Están lejos de esa reivindicación de lo duro, de la estética por encima de la ética, de la juventud oscurecida por anhelos que, para la mayoría, serán deseos imposibles.

Bienvenida la publicidad en estos términos aunque su objetivo no se vea cumplido: yo sigo sin beber cerveza.

(Imagen: albertoschwartz.blogspot.com)

lunes, 25 de julio de 2011

Mini-felicidades a 0 euros

Una cama recién hecha.
La ducha a la temperatura justa.
Pintarme las uñas de los pies a juego con mi niña.
Oir el mar.
Beber agua fresca.
Tomar sopa caliente.
Un abrazo a tiempo.
Un beso espontáneo.
Bajarse un poco el biquini y ver la rayita del bronceado incipiente.
Recibir una postal.
Recordar una canción de la infancia.
Dormir la siesta.
Oler a colonia fresca.
No tener que madrugar.
Sentarse al fresco en las noches de verano.
Irte a dormir con todos los hijos en sus camas.
Verte en una lista de aprobados.
Coser algo bonito.
Leer un libro bien escrito.
Cantar en el coche a voz en grito.
Secarte el pelo y que te quede bien.
Recibir un cumplido sincero.
Ver la cocina reluciente.
Encontrar algo que habías perdido hace tiempo.
Comer con hambre.
Quitarte los tacones al llegar a casa.
Ver la lluvia sin tener que mojarse.
Despertarte y ver que todavía puedes dormir una horita más.
Creer que es domingo y que sea sábado.

¿Y vuestras mini-felicidades?

(Imagen: ideasmx.com.mx)

viernes, 22 de julio de 2011

El derecho a ser infeliz

Los que vivimos una época de infelicidad personal debemos cargar además con las miradas de reproche de los demás.
Porque ser infeliz, sentirse triste, estar desanimado, no está de moda y, además, es culpa nuestra.
Tenemos en nuestras manos, parece ser, la capacidad de ser feliz, el deber de ser optimistas, la obligación de hacer cestos con los mimbres que nos toquen y si no lo logramos, es porque no queremos.

Como teoría está bien: sirve fundamentalmente para hacerse millonario con un boom de autoayuda o sirve para escribir canciones de verano.
Pero no sirve para nosotros cuando estamos tan heridos que sólo  necesitamos que nos digan                                                  teentiendotecomprendosecomotesientestieneslarazonlloratranquilapuedequepaseperoahoraduelecuéntamelo.

Ser infeliz es un derecho. Debemos decirlo en voz alta. Ser visibles, como los indignados, aunque nada consigamos con ello. Arriesgarnos a que la gente se aleje de nosotros, a que nadie quiera escucharnos si no hay un diván y 100 euros de por medio. Arriesgarnos a que nos consideren tóxicos, a que aburramos, a que se pregunten "qué querrá esa" o, peor aún, "qué más querrá".

Basta ya de esconder el dolor. No queremos dar pena: lloramos desde el orgullo de sabernos humanos. Desde el orgullo de vivir la tristeza. Desde el orgullo de las lágrimas sinceras y las penas, que nos tienen rodeados.

(Imagen: "El grito" Munch)

miércoles, 13 de julio de 2011

De mi pasado vengo (V)


Mi bisabuelo Silverio tenía siete hijos. Dos de los varones hicieron la guerra en bandos distintos.
Frasquito en el republicano, el gubernamental e Ignacio en el sublevado, en el fascista.
A ninguno de ellos le pilló la guerra en un bando y allí se quedó. Eran dos personas apasionadas, intensas, entregadas a sus ideas. Escogieron con conocimiento de causa y lucharon hasta el final por alcanzar la victoria.

El pueblo pasó la guerra en una situación estratégica y cambió varias veces de manos. Los dos hermanos volvieron en varias ocasiones a la casa. Uno de ellos entraba de manera legal, el otro tenía que llegar de noche, saltando las tapias de los patios, para que no lo apresara el enemigo. Se sentaban a la mesa y mi bisabuelo (aunque no era neutral pues su corazón era "rojo") decía: "De puertas para dentro no se habla de nada. A comer y a callar." Y la familia comía, en silencio, cada uno de ellos rumiando lo que habrían vivido los dos hermanos, qué secretos sabían, cómo saldría de allí el que no estaba entre los suyos en ese momento. Esa situación se repitió varias veces a lo largo de los tres años de guerra y siempre volvían los hermanos, tan enfrentados, a comer a la casa familiar, bajo la figura del padre -pequeñito y firme- que los igualaba ante sus ojos como si volviertan a ser niños.

El final de esta historia la sabemos: ganó el bando sublevado y la venganza fue terrible. Mi tío abuelo Frasquito pasó muchos años encerrado, primero en campos de concentración y después en la cárcel, Archidona, Málaga, -se presentaron papeles, certificados de buena conducta, recomendaciones de curas... para que no fuera fusilado-. Mientras, su hermano Ignacio, aventurero y vividor, se enroló en la División Azul y se fue a intentar que sus ideas -esta vez representadas en el espíritu nazi- vencieran en Europa.

¡Qué estilo posando en esta fotografía junto a un coche alemán, símbolo del empuje y el poderío de la época!
Volvió, derrotado para alivio de la Humanidad, y siguió su espíritu aventurero yéndose a Brasil. Pero lo suyo no era prosperar ni sentar la cabeza y pronto volvió al pueblo a seguir con el oficio que había aprendido en la División Azul: era herrero y se encargaba de cuidar y poner al día las numerosas caballerías que entonces había en la agricultura.

Ambos hermanos, cada uno con su familia ya formada y viviendo en un país que sangraba por múltiples heridas y que debía silenciar y esconder muchas cosas, supieron hacer borrón y cuenta nueva y se acabaron tratando como hermanos, con sus diferencias, pero como hermanos. Quizá a ello contribuyó la actitud de su padre, acogedora y firme, ante los abismos que se abrían entre ellos.


(Imagen: fotografía familiar. Entre 1941 y 1943)

martes, 12 de julio de 2011

Lenguaje técnico. La maternidad

"No está el horno para bollos."

 "Acaba ya que el agua y el gas no los regalan."

"O acabas ya o te lo arranco (el cable de la play, malpensados)."

"¿Te has dejado la luz de la habitacióbn encendida por algo?"

"La ropa que hay en el suelo, ¿es para tirar?"

"Ya te darás cuenta cuando tengas hijos."

"Mientra estés en esta casa, harás lo que toque."

"Ni dieciocho, ni dieciocha."

"¿Qué pasa, que no tienes casa?"

"Te he dicho millones de veces que no andes descalzo."

"Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo."

"Me duele la boca de decírtelo."

"No dejéis migas que no tenemos pollos."

"¿Tú te crees que el dinero se cría en los árboles?"

"A cualquier cosa le llaman estudiar."

Y suma y sigue. No recuerdo más porque a medida que ellos entran en la adolescencia yo envejezco a marchas forzadas.


(Imagen: hwblackrose.blogspot.com)

lunes, 11 de julio de 2011

Lenguaje técnico. La docencia

"Bueno, esperaré a que calléis.Yo no tengo prisa."

"Marc, sal a la pizarra. (¿Quién, yo?) ¿Cuántos Marcs hay en la clase?"

"Daniel, ¿cuál es la respuesta? (Contesta otro). ¿Tú te llamas Daniel?"

"A ver, si calláis lo explico porque esto yo ya me lo sé."

"El tiempo que perdamos lo descontaremos de la hora del patio."

"Si no entendéis algo lo preguntáis ahora, no esperéis a la hora del examen."

"¿Quieres contarnos el chiste a todos para que nos riamos?"

"¿Lo habéis entendido? (Nadie responde) Siiiiiiiií, Ana"

"Hay que venir ya dormido de casa."

"Hay que respetar los márgenes. (Recogemos los ejercicios). Bueno, me conformo si la próxima vez no escribis en la espiral."

"Hay que copiar lo que he escrito en la pizarra. (No me cabe. Miramos su hoja). ¿Has probado a no hacer Arial 50?"

"Levantamos la mano antes de contestar (tres respuestas a la vez). ¿Quién va a tener que volver a párvulos?"

Todo ello, dicho  con cariño. Faltaría más.

(Imagen: borronyescuelanueva.blogspot.com)

domingo, 10 de julio de 2011

La barandilla en los balcones (VII)

Hace unos meses uno de los lectores de este blog, que no seguidores, me preguntó por estas entradas: "Pero tú no lees esos libros, ¿no?". Pensaba que yo me dedicaba a buscar "citas célebres", o algo así, en Internet. Falta de confianza en mi pasión lectora, evidentemente.

Es esa pasión por la lectura (recuerdo porqué titulo así estas entradas: "La lectura es para mí como la barandilla en los balcones") la que me llevó, desde hace unos años, no demasiados por desgracia, a anotar ,una vez acabado un libro, aquellas frases que me han llamado la atención: las más bellas, las más ciertas, las sorprendentes, las que tienen que ver con mi experiencia, con mis sentimientos, las duras, las sensibles, las que comparto, las que me tocan el corazón... las que me aportan algo, en defintiiva.

Cuando decido hacer una nueva entrada de "La barandilla en los balcones" cojo mis diarios de lectura y os ofrezco una selección.

Y la de hoy es la siguiente.

"Los chinos dicen que, al emparejarse, la mujer piensa que será capaz de cambiar a su compañero, mientras que el hombre piensa que su compañera no cambiará, se mantendrá igual para siempre, pero ambos se equivocan."
"Mi abuelo Pascual decía que la experiencia es una señora que siempre llega tarde."
("El cerebro del rey" Nolasc Ascarín)

"Hay dos clases de enfermedades, las que se curan solas y las mortales."
"No teníamos cinturones de seguridad por el asunto del karma; nadie muere antes de su tiempo."
"Después de los cincuenta, la vanidad sólo sirve para sufrir."
"...que aceptara a los niños como se aceptan los árboles, con gratitud, porque son una bendición pero sin expectativas o deseos."
("La suma de los días" Isabel Allende)

"Pero no voy a obsesionarme con esto ahora. Ya me obsesionaré más tarde."
"Si hay algo para lo que resulte útil una formación literaria, es para dotarlo a uno de un sentido de la catástrofe."
"Jeny solía afirmar que quien no siente el deseo de volver a vivir la vida es porque la ha desperdiciado."
("Firmin" Sam Savage)

"Si estàs angoixat per alguna cosa externa, el malestar no és degut a la cosa en si, sinó a la valoració que en fas, i això és una cosa que pots revocar en qualsevol moment -Marc Aureli-."
"Siguem realistes, el benestar quotidià només pot estar basat en l'estat quotidià."
"Saber viure és convertir en plaers el que haurien de ser càrregues. Aforisme 259 de Baltasar Gracián."
("Emocions i intel·ligència social" Ignacio Morgado)

"Avui dia, els estudiants consideren la seva incompetència un privilegi: com que sóc incapaç d'aprendre-ho, vol dir que el tema ha estat mal triat."
"De la mateixa manera que tenir un secret és una cosa molt humana, també ho és, tard o d'hora, revelar-lo."
("La marca de l'home" Philip Roth)

(Imagen: Cosei Kawa)

sábado, 9 de julio de 2011

El fin de los buenos tiempos

El problema de los buenos tiempos es que no te avisan. No se compran en un centro comercial; no hay indicadores callejeros que te prevengan de su llegada; no se corresponden con una edad, ni con un momento de la vida, ni con una situación concreta. Son buenos tiempos porque sí: porque el río de la vida corre con aguas mansas; porque hemos encontrado lo que buscábamos; porque las personas que nos rodean nos dan paz; porque tenemos y no aspiramos; porque creemos que la felicidad se puede tocar con la punta de los dedos...

Y luego llega el fin. Tampoco lo anuncian luces de neón; tampoco recibes una carta de aviso; tampoco estás preparada para ello. Llega el fin porque se alejan cosas que tuviste; porque descubre el decorado que hay tras las fachadas; porque pierdes incluso sin jugar; porque las mañanas son más frías y las noches más largas; porque el peso del hoy te oscurece el mañana; porque sientes temor; porque echas de menos y , todavía peor, echas de más; porque no tienes templanza, ni sosiego.

Pero el mundo gira y quizá atraquemos de nuevo en playas felices; quizá los buenos tiempos estén agazapados, traviesos, juguetones... esperándonos en cualquier recodo del camino para asaltarnos de nuevo y ensancharnos el corazón. Que así sea.

(Imagen: óleo de Hans Paus: "Buenos tiempos II")

martes, 5 de julio de 2011

Un brillo inesperado

En la infancia son amigos los que están a tu lado echando arena en el cubito.
En la adolescencia son amigos los que hacen bulla contigo y salen y entran.
Cuando somos adultos ya no confiamos en descubrir nuevas amistades.Caminamos río abajo mirando donde ponemos los pies. Con cuidado, con tiento.

Y de repente, entre la arena y los guijarros, vemos un brillo inesperado; nos agachamos y lo cogemos con cuidado entre los dedos. Y allí está, reluciendo: una amistad que se ofrece sin interés. Un abrazo a tiempo, una palabra medida, unos oídos atentos, un corazón abierto. Templanza, prudencia, cariño. Unas risas compartidas, un consejo valioso, una opinión certera. Momentos inolvidables, recuerdos preciados.

Y Nuria se va.

(Imagen: fotografía personal. Un regalo para el recuerdo)

lunes, 4 de julio de 2011

Sabiendo que jamás me he equivocado en nada, sino en las cosas que yo más quería

Tiene Luis Rosales un precioso poema titulado "Autobiografía". Un poema que yo no conocía hasta que un amigo, que coordina la revista del instituto, lo publicó en ella para conocimiento de sabios e ignorantes.

Del poema unos versos me golpearon en el pecho y son los que titulan esta entrada: "...sabiendo que jamás me he equivocada en nada, sino en las cosas que yo más quería."

Haciendo la salvedad de que yo me he equivocado en muchas cosas, cierto es que se tiene tendencia a equivocarse en aquello que más se quiere.

Porque el querer nubla el entendimiento. Hace perder la perspectiva. Impacienta, exige, desespera. El querer nos hace vacilar ante lo que el sentido común vería claro. El querer convierte en una estrella al ser querido y se pretende que brille como ninguna, que no tenga parpadeos, que no la tape una nube, que no la empañe una lágrima.

Si esto es cierto en general, más cierto es en el amor de madres a hijos. Ahí perdemos pie. Equivocarnos es el sino y el destino. Vacilar, dudar, no escarmentar en cabeza ajena, despreciar la experiencia, sentirnos desdichadas, hablar y querer recuperar las palabras, callar y querer haber dicho, luchar contra el tiempo, no ver lo evidente, ver lo que no existe...

En lo que yo más quería, en donde nunca habría una de equivocarse.

(Imagen: sobrevivire.blogspirit.com)

domingo, 3 de julio de 2011

De mi pasado vengo (IV)



Creen nuestros jóvenes que han descubierto las redes sociales. Creen que sus feisbuscs, sus tuiters, sus tuentis, les relacionan, les sostienen, les acercan, les descubren amistades, les añaden vida a su vida.

No saben que las redes sociales han sido para los jóvenes, desde siempre, el ambiente que les sustentaba, el descanso que les esperaba, la ilusión de los primeros años, el compañerismo...

Acabar el día, reunirse con los amigos, decir intrascendencias -o trascendencias, vete a saber- beberse la vida, compartir las ilusiones, diseñar el futuro... Esa es la masa de la juventud.

En esta foto aparece mi padre (de pie, a la derecha) junto a algunos de sus amigos. Son todos muy jóvenes, aunque no lo parezca. En aquella época entrar en la vida adulta era reproducir paso a paso a los mayores: el cuidado bigotito, el traje de los domingos, la pulcritud... incluso el luto en la manga.

Lo que sí sigue siendo un factor común es el alcohol: una botella de aguardiente y unos cuantos vasos para invitar a la complicidad. Botellón, pero en el velador de un bar.

Alguien, un privilegiado, aparece con una cámara de fotos y el instante queda para siempre: juventud y amistad. Lazos para el recuerdo. Momentos que no volverán.

(Imagen: fotografía familiar. Principios de los años 50)