lunes, 14 de marzo de 2011

La barandilla en los balcones (I)

Dice Núria Espert que para ella la lectura es como la barandilla en los balcones. Si tuviera que poner un lema en mi escudo de familia (que no tengo. Escudo, familia sí) sería éste.
La barandilla en los balcones: imprescindible, quita el vértigo, evita la caída, nos amplía el horizonte... Todo eso y más está en la lectura. Un día sin leer es un día perdido.

Así que hoy voy a inaugurar unas entradas que, de vez en cuando, sirvan para compartir mis lecturas. No, tranquilidad, no voy a recomendar libros ni a hacer reseñas que para eso ya hay sesudas páginas y voces más autorizadas.

La idea es más modesta: compartir en este blog mi diario de lecturas. Cuando acabo un libro, junto con algún comentario breve sobre lo que me ha parecido, anoto frases que me han llamado la atención. Sin criterio fijo: las hay humorísticas, tiernas, reflexivas, de las que te tocan el corazón, de las que te recuerdan tu lugar en el mundo, desoladoras, esperanzadoras... un poco de todo.

Algunas de ellas pertenecen, curiosamente, a libros infumables que me acabé de leer por cabezonería -soy una lectora cabezona- pero que no valen ni el precio del papel en el que están escritos. Aún así, y aquí está lo mágico, incluso en esos libros hay a veces un destello especial, unas palabras que pellizcan y que merecen el indulto. Otras, por supuesto, pertenecen a obras maestras que quedarán para siempre en la memoria de quien las haya leído.

Hecha esta laaaarga introducción queda inaugurada la sección "La barandilla en los balcones".

Los sufrimientos del amor son como los de las muelas. Intensos, pero nunca graves.

Sólo la gente mediocre se enorgullece de lo que no le gusta.

Sin embargo, las cosas que se olvidan no se pierden del todo. Van a parar a algún lugar, a alguna rendija de la memoria, y allí se quedan, dormidas, pero no muertas. Y, naturalmente, pueden despertarse.

Desgraciado es quien no repara en la malicia de los demás.

(Obabakoak. Bernardo Atxaga)

Ahora, he de ir a ver a mi psiquiatra. Me obligan a ir. Invento cosas que decirle. Ignoro lo que pensará de mí. ¡Dice que soy una cebolla muy original! Le tengo ocupado pelando capa tras capa.

Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale sólo uno.

Eso es lo bueno de estar moribundo. Cuando no se tiene nada que perder, pueden correrse todos los riesgos.

(Fahrenheit 451. Ray Bradbury)

No se debe mantener la mente del niño en barbecho ni un sólo momento.

He buscado la felicidad por todas partes -confesaba Tomás de Kempis a principios del siglo XV-, pero no la he encontrado en ningún sitio excepto en un rincón, y en compañía de un pequeño libro.

Virginia Wolf: El Todopoderoso se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia, cuando nos vea venir con nuestros libros bajo el brazo: "Mira, ésos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Les gustaba leer".

(Una historia de la lectura. Alberto Manguel)

(Imagen: maraton.leer.org)