sábado, 25 de junio de 2011

Misterios sin resolver

El alcalde de  Bélmez de la Moraleda se apellida Justicia.

Con ese apellido parece normal que haya acabado en  política (buscando la justicia social) y en un partido que lleva en sus siglas la intención de ser de izquierdas. Pero hete aquí que el señor Justicia, con la que está cayendo -en nuestro país y en el mundo mundial- tenía unos dinerillos que gastar y no sabía en qué. Concretamente eran 587.000 euros de fondos de la Unión Europea, 208.000 euros de la Diputación de Jaén y 42.000 euros del Ayuntamiento.

Cual ratita presumida él, y todo el consistorio supongo, se preguntaban a qué podrían destinar dicho pellizquito. Y pensando, pensando, se les ocurrió crear el "Centro de Interpretación de las caras de Bélmez". Parece una broma pero no lo es. En 1971 se inició una historia que parece no tener fin: en una de las casas del pueblo aparecían unas misteriosas caras en el pavimento que volvían a surgir se las tapara con lo que se las tapara. El tema era propio de un país tercermundista que acababa de incorporarse como aquel que dice al mundo moderno después de una guerra civil y una larga y oscura posguerra. En esa época, lo damos por bueno.

Pero estamos en 2011 y, cuarenta años después, en plena crisis, con los Indignados en la calle y la sensibilidad contra el gasto superflluo a flor de piel se destina casi un millón de euros a revivir supersticiones y fraudes.
Hay quien ha dicho: es que fomentará el turismo. ¿Y  qué? También se fomenta el turismo matando elefantes o prostituyendo niñas y nadie debería subvencionar ese turismo.
Dios me libre de comparar unas inofensivas patrañas con la matanza de animales o la prostitución infantil pero no me digáis que no es para Indignarse.

Mi niña de nueve años hace muchas preguntas sobre como funciona el mundo y el porqué de que haya cosas que se hacen bien y cosas que se hacen mal. Pobrecita, cree que yo tengo las respuestas.

(Imagen: misteriosaldescubierto.wordpress.com)

Quien escucha, su mal oye

Cuando preguntamos a nuestros preciosos hijitos dónde van, con quién, hasta cuándo, para qué, etc. obtenemos vaguedades, en el mejor de los casos, y miradas asesinas en el peor.
Las respuestas se mueven en un arco que va de los bufidos a los gruñidos pasando por los silencios, los gestos y las risas cómplices con sus hermanos, si los hubiera.
Y sin embargo no tienen pudor en mostrar al mundo cosas íntimas, personales, fotos en posturitas, deseos inconfesables, anhelos secretos, datos y detalles que ni poniéndoles cerillas bajo las uñas nosotros podríamos conseguir.

No saben, por más que se lo decimos, que aquello que ponen en la red es una botella que se lanza al océano, algo sobre lo que se pierde el control y que, como se dice en las películas de polis, en cualquier momento puede ser usado en tu contra.

Esos amigos del alma se perderán en el tiempo; esos amores eternos se diluirán como un azucarillo pero los rastros que han dejado en la red darán y darán vueltas recordando un pasado a veces muy olvidable. Se abren a los desconococidos, a los amigos del alma de un cuarto de hora, a los compañeros de parranda. A los padres no, que están en el lado oscuro, que no les comprenden, que no se enrollan, que les hacen la púa. A los padres, ni agua, que bastantes secretos les han guardado en la infancia y bastantes sueños les han velado (a saber de lo que se enteraron cuando hablaban en sus pesadillas).

Así que daré vueltas en la red, como un satélite desnortado, esperando encontrar alguna explicación de las que se me niegan. O, pensándolo bien, mejor me quedo quietecita que aquello que desconocemos no nos puede hacer daño.


(Imagen: gaturro.com)