viernes, 22 de julio de 2011

El derecho a ser infeliz

Los que vivimos una época de infelicidad personal debemos cargar además con las miradas de reproche de los demás.
Porque ser infeliz, sentirse triste, estar desanimado, no está de moda y, además, es culpa nuestra.
Tenemos en nuestras manos, parece ser, la capacidad de ser feliz, el deber de ser optimistas, la obligación de hacer cestos con los mimbres que nos toquen y si no lo logramos, es porque no queremos.

Como teoría está bien: sirve fundamentalmente para hacerse millonario con un boom de autoayuda o sirve para escribir canciones de verano.
Pero no sirve para nosotros cuando estamos tan heridos que sólo  necesitamos que nos digan                                                  teentiendotecomprendosecomotesientestieneslarazonlloratranquilapuedequepaseperoahoraduelecuéntamelo.

Ser infeliz es un derecho. Debemos decirlo en voz alta. Ser visibles, como los indignados, aunque nada consigamos con ello. Arriesgarnos a que la gente se aleje de nosotros, a que nadie quiera escucharnos si no hay un diván y 100 euros de por medio. Arriesgarnos a que nos consideren tóxicos, a que aburramos, a que se pregunten "qué querrá esa" o, peor aún, "qué más querrá".

Basta ya de esconder el dolor. No queremos dar pena: lloramos desde el orgullo de sabernos humanos. Desde el orgullo de vivir la tristeza. Desde el orgullo de las lágrimas sinceras y las penas, que nos tienen rodeados.

(Imagen: "El grito" Munch)