viernes, 22 de abril de 2011

Anónimo

Agujeros negros o porqué Hawking no tiene misterios para una madre

"Un agujero negro es una región finita del espacio-tiempo provocada por una gran concentración de masa en su interior, con enorme aumento de la densidad, lo que genera un campo gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz, pueden escapar de dicha región." Es decir, un agujero negro es un objeto con una gravedad tan fuerte que nada puede escaparse de él, ni siquiera la luz. Todo lo que pasa por el horizonte es atrapado dentro del agujero negro.

Bueno, bueno. Habrá quien encuentre indigestas estas palabras, quien recuerde sus años de estudio de la Física con aprensión. Habrá quien no se sobreponga al desconcierto de que haya  mentes tan preclaras en el Universo que puedan hablar sin que nadie, excepto unos pocos iniciados, los entiendan. Habrá incluso quien, impelido por un extraño e inexplicable deseo de saber, se lance a las páginas de Internet para intentar desentrañar algo más de este misterio que los  científicos estudian para, posteriormente, iluminarnos.

Para estos últimos, deseosos de aprender, anhelantes de descubrir algo nuevo cada día, aporto mi granito de arena. Según mi teoría de Madre con mayúscula los agujeros negros tienen un reflejo paralelo en la vida cotidiana, son regiones finitas y delimitadas que ocupan un espacio-tiempo en el hogar (e incluso en el coche). Cuando los científicos discuten si existen o no, cuál es el más grande o el más pequeño, cómo se crean o cómo se destruyen, qué me ocurriría si me cayera dentro, cuántos hay,  si hay alguno cercano a la Tierra, si son pasadizos a otro Universo... las Madres de Familia, así, con mayúscula de nuevo, tenemos datos irrefutables sobre todas estas cuestiones.

Primero: existir, existen. Sobre esto no hay duda. A los 5 años se encuentran en los bolsillos de los pantalones de nuestro hijo. A los 8, en los bolsitos Hanna Montana de nuestra niña. A los 14, debajo del colchón. A los 17, en el estante del armario. También nos sorprenden al ubicarse en el techo de una estantería, en el rincón más escondido del cuarto de baño, en el bolsillo de un albornoz, en la mochila de diario, en la de piscina, en la de excursiones, en la de educación física...
Segundo: todos son grandes. Cómo sino acogerían piedras, calcetines, muñequitos, un labial roto, tres canicas, la primera foto erótica encontrada, el preservativo que le repartieron en el instituto en la charla de sexualidad, un cargador de móvil, un colgante, dos pañuelos usados y uno sin usar, una lima, dos pegatinas, un chicle -usado o sin usar-, una bolsa de chuches, una linterna, llaveros, tazos, cromos, un mp3 que no funciona, el aparato de ortodoncia antiguo y el nuevo, la correa del reloj, el palestino, una funda de paraguas... y así hasta el infinito.
Tercero: se empiezan a crear cuando el Predictor da positivo y no se destruyen jamás. Por la experiencia de otras madres sé que, una vez los hijos se van de casa, se llevan todo menos sus agujeros negros que, inexplicablemente, siguen creciendo con cada visita.
Cuarto: no sólo están cercanos a la Tierra sino que son consustanciales a la vida en la Tierra.
Quinto: jamás nos llevarán a otro Universo porque, por desgracia para los hijos -y aquí lanzo un órdago a los supercientíficos para que lo expliquen- lo engullen todo menos a las Madres.

De las Supernovas ya hablaremos otro día.

Los ladrones de cuerpos

Hace muchos años, cuando yo veía películas de terror, ésta es una de las que más pesadillas me produjeron.
No había sangre, ni asesinos con sierras eléctricas, ni vampiros, ni tiburones que te arrancaban una pierna por menos de nada... La historia era mucho más inquietante porque el terror rozaba la piel en el calor del hogar.
Para quien no la conozca: un pueblo tranquilo, una comunidad de personas con vidas normales, con familias normales... De repente, la gente empieza a cambiar. Sale un día de casa (creo recordar que hacia unas dunas) y, cuando vuelve, parecen los mismos pero no lo son. Tienen los mismos ojos, la misma boca, la misma voz, los mismos ademanes... pero no son los mismos. En esta historia unas vainas gigantes (de origen extraterrestre) ocupan los cuerpos de los humanos para adueñarse de la Tierra.

Y mira tú por dónde, al cabo de los años, los ladrones de cuerpos han llegado a mi casa.
Tenía yo una criatura tierna y amorosa, un osito de peluche cálido y generoso que daba mucho más de lo que pedía. Y un día salió de casa y volvió como un osito de peluche armado: vociferante, impaciente, intranquilo, rebelde sin causa, víctima y verdugo de sí mismo. Mister Hyde, el hombre lobo, el conde Drácula, Hulk, la Bestia...

¿Dónde están esas vainas? ¡Que me las cargo!

(Imagen: cuadernosdecine.blogspot.com)