jueves, 18 de agosto de 2011

De mi pasado vengo (VI)

Los veranos son azules. Para los niños los veranos siempre son azules.
Ni cruceros de lujo, ni complejos resort todo incluído, ni yates ni playas recónditas.

Un pueblo abandonado a la fuerza, Susqueda, de donde la gente tuvo que salir y dejar sus casas, sus tierras, sus vidas. Una desgracia que es una alegría para un puñado de niños que viven un verano inolvidable.

La más pequeña de la foto, con mini vestido, enseñando las braguitas como tocaba en aquella época, soy yo. Mi tío José me coge por los hombros. A mi alrededor mis primos, un tío lejano y un chaval que no recuerdo.

Mi tíos trabajaban en la construcción del embalse y, mientras, vivían en una de las casas vacías del pueblo.
Allá fuimos mis padres y yo a pasar unas semanas de agosto. Correteando entre las hierbas, viendo los ágiles alacranes esconderse bajo las piedras, yendo a buscar agua a la fuente, contemplando extrañada a la única mujer que se resistía a dejar lo suyo y que quería ser sepultada por el agua... qué pequeñas y qué grandes eran las cosas cuando se tenían los ojos inocentes.Calor y chicharras. Libertad y compañía. La felicidad en estado puro. Noches de confidencias apenas entendidas desde mi corta edad. Días de aventuras. Ni pasado ni futuro: el presente en estado puro que da las más grandes satisfacciones.

Homenaje a un verano azul lejos del Sur que tantos veranos azules me dio.
¿Quién recuerda más veranos de puro placer?

(Imagen: fotografía familiar. Verano del 66)