miércoles, 15 de junio de 2011

De una pieza

Dice la Real Academia Española de la Lengua que ser alguien de una pieza es ser alguien íntegro, sin dobleces.
Ser de una pieza se considera una virtud, una cualidad, una condición que nos hace mejores personas y que nos ayuda en nuestro caminar por la vida.

Y sin embargo, nos examinamos y quien más quien menos se ve los encajes, las fisuras, las grietas, las muescas, lo que sea que une las diferentes personas que somos, en el tiempo y en el espacio.

¿Qué tendríamos en común con la chica que fuimos a los veinte años? ¿Cuántas veces dijimos yo jamás... yo nunca... yo en la vida... y ahora deberíamos tragarnos nuestras palabras -en el caso de que podamos incluso recordarlas-? ¿En qué nos reconocemos en las opiniones sostenidas, en las discusiones entabladas, en las actitudes enarboladas hace años? ¿Somos esa alegre y divertida compañera a la hora del aperitivo o somos esa madre desesperada que pierde los nervios? ¿Somos la amiga que consuela o la conductora que se exalta? ¿Somos la consejera prudente o la persona desbordada por las circunstancias? ¿Somos la niña llena de ilusiones o somos quien llora por los sueños perdidos? ¿Somos quien fuimos, quien somos, quien seremos?

No soy de una pieza ni podré serlo. Acepto mis contradicciones y mis caras diferentes. Me hacen humana y me hacen fuerte. O no, pero así es. Hoy digo blanco, siento blanco y mañana puedo decir negro porque todo cambia. Así lo canta la gran Mercedes Sosa y así lo siento: Todo cambia.

Ahora sólo me queda aceptar que mis hijos también cambian y que hay que sentarse a esperar que el fruto de los cambios sea para bien.

(Imagen: shop.alifemoreinteresting.com)

martes, 14 de junio de 2011

¡Qué culpa tengo de quererte tanto!


En su  sensible blog Melina ha incluído un poema de Leopoldo Lugones.
Supongo que el poeta no pensaba en el amor de una madre a su hijo cuando lo escribía pero yo, sensible al tema desde siempre y en los últimos tiempos dramáticamente sensible, hago míos esos versos y digo: ¡Qué culpa tengo de quererte tanto!

Y sin embargo, culpa tengo. Soy culpable de confiar cuando no debo y desconfiar cuando no es necesario. Soy culpable de buscar sus manos y sentirme sola si ya no caben en las mías. Soy culpable de haber construído mi felicidad sobre un futuro ajeno. Soy culpable de pedir lo que yo doy. Soy culpable de ser dura y de ser tierna, de ser exigente y de ser condescendiente. Culpable de espiar, de escuchar. Culpable de no oír. Culpable de no ver. Culpable de ver demasiado. Culpable de llevar por bandera la maternidad. Culpable de querer que vean la vida con mis ojos, que sientan con mi corazón, que luchen por mis ideales. Culpable de avergonzarme por ellos cuando ellos son yo misma.

Soy culpable de no escuchar sus voces, de no valorar sus sueños, de que el cristal con el que miran me sea ajeno. Culpable de no tener paciencia, de no saber esperar que las aguas vuelvan a su cauce. Culpable de no aplicar lo que predico. Culpable soy pero ya estoy pagando: en el pecado llevo la penitencia.

Sólo he de decir en mi descargo que el amor es infinito. Pero también, como el poeta, he de decir "Y es tan hondo el dolor con que te quiero, que tengo miedo de quererte así". Que mi amor no les asfixie, que mi amor no les ahuyente, que mi amor no  les dé miedo, que mi amor no les aparte de mí.

(Imagen: Paty Cruzat "Abrazo máximo")

lunes, 13 de junio de 2011

La mano que sostiene, el pecho que cobija

Acabo de llegar de un funeral. Hace unos días murió una persona conocida, la hermana de un tío político y, como es costumbre en nuestro país y en la religión en que nos bautizaron, al cabo de unas semanas se le hace un funeral.

Las personas que no pudieron asistir al entierro o aquellas más cercanas que quieren reiterar su acompañamiento a los dolientes -habría que hacer una entrada sólo para comentar esas bonitas palabras que repetimos sin darnos cuenta de su peso- asisten a esa misa donde se nombra al difunto y se ruega que sea acogido en el cielo, prometido desde el bautizo.

Las palabras que dicen los sacerdotes en esos casos son terriblemente vacías: poco pueden consolar a quien está sufriendo y parecen dichas para que uno se alegre por lo ocurrido y esté deseando morirse porque lo que le espera es maravilloso y alejado del sufrimiento que nos rodea. No son sensibles a los diversos grados de fe que tienen los que asisten ni a si las circunstancias de la muerte les han hecho perder la confianza y tambalear las creencias que les inculcaron.

Sin embargo, por sorpresa, hay cosas que todavía conmueven: la luz de las iglesias o su penumbra, la entrega que se ve en gente o muy joven o muy vieja, la austeridad o el barroquismo, las velas, la liturgia repetida en tantas voces... y las letras de algunos himnos que, de repente, te dan ganas de creer por encima de todo. De volver a pensar que alguien vela por ti -la mano que sostiene, el pecho que cobija- sin pedirte nada a cambio. Que alguien te quiere por encima de todo y nunca te abandonará. Que alguien te espera para perdonarte todo lo malo y premiarte todo lo bueno. Alguien que no va a fallarte ni queriendo, ni sin querer.

Luego sales de allí y recuerdas los dolores -propios y ajenos-, las cosas pedidas y nunca concedidas, los desgarros que se te han ido acumulando, las desgracias que la humanidad acumula y sientes que el argumento era bonito pero poco creíble. Lástima.


(Imagen: pensamientograduacion.blogspot.com)

viernes, 10 de junio de 2011

Por saber

¿Cuánta energía se gasta en un abrazo? ¿Cuánta se recibe? ¿Es una ernergía renovable?
¿Por qué le llaman memoria cuando quieren decir rencor? ¿Por qué le llaman justicia cuando quieren decir venganza?
A quién se quiere más, ¿a mamá o a papá? ¿Qué han de hacer papá o mamá para encabezar el ránking?
¿Por qué vamos arrastrando eternamente el cordón umbilical? ¿Cuánto duele cortarlo?
¿Quién diferencia los vicios de las virtudes? ¿Con qué criterio?
¿Es cierto que vivimos en el mejor de los mundos? ¿Cómo será el peor?
¿Por qué los debes pesan más que los haberes?
¿Por qué fallando una vez se olvidan tus éxitos?
¿Cómo se dicen verdades sin ofender? ¿Cómo se dicen mentiras sin herir?
¿Quién te llevó de la mano por última vez? ¿Quién te sentó en sus rodillas para domirte?
¿Dónde van las palabras que te tragas? ¿Dónde van las miradas que escondes?
¿Quién nos quiere y no nos lo dice? ¿Quién no nos soporta y lo dimisula?
¿Por qué no recibimos una señal cuando en nuestra vida hay un cambio de agujas?
¿Por qué una hora no dura siempre sesenta minutos? ¿De qué depende?
¿A quién debemos algo y no somos conscientes? ¿Quién nos debe y no nos paga?
¿En qué lugar fuimos más felices? ¿Qué lugar recordaremos en el último momento?
¿Dónde estaremos la próxima primavera? ¿Cómo de largo se nos hará el invierno?
¿Por qué el sol a veces no nos calienta?
¿Qué hemos de poner en la balanza para decir que hemos vivido?
¿A quién debemos dedicar los triunfos? ¿Quién se enorgullece de nosotros?
¿Tiene el cariño fecha de caducidad? ¿Y la amistad?
¿Por qué somos inasequibles al desaliento? ¿Por qué nos levantamos aunque nos creamos caídos para siempre?
¿Cómo tenemos el corazón de grande?
¿Quién puede contestar tantas preguntas?

(Imagen: 10puntos.com)

jueves, 9 de junio de 2011

Expulsados del paraíso

Acurrucarte en la cama de tus padres. Disfrutar haciendo el equipaje. Creer en los Reyes Magos. Alegrarte con las visitas imprevistas. Poner dientes debajo de la almohada. Llenar la bañera de animales. Escuchar cuentos en la cama. Quedarte en casa cuando tienes fiebre. Dormirte en el regazo de tu madre. Verlo todo desde los hombros de tu padre. Hacer amigos en un rato. Creerte inmortal. Creer que los demás son inmortales. Tener abuelos. Curarte con un "sana, sana". Curiosear en los cajones. Ponerte la ropa de los mayores. Sentir que vuelas cuando te hacen el avión. Vivir veranos eternos. Meterte en los charcos. Señalar a la gente por la calle. Cantar canciones subidos en una silla. Amanecer con una sonrisa. Alegrarte porque llueve, porque hace sol, porque hay nubes, porque sopla el viento. Sentirte querido incondicionalmente. Llorar y reír sin vergüenza. Hacer de una herida una aventura. Recibir besos y caricias sin medida. Montar el belén. Poner bolas en el árbol. Disfrazarte con cualquier cosa. Empacharte sin culpabilidad. Gritar sin que te importen los vecinos. Aprender a leer. Ir al zoo. Saltar a la cuerda. Tocarte con las manos las puntas de los pies. Esperar con ansia el cumpleaños. Dormir de un tirón. Dejar que decidan por ti.

Intranquilos, dolidos, resentidos, ansiosos, impacientes, injustos. Nuestros pequeños están esperando ser felices de nuevo sin saber que con la libertad que tanto ansían perdieron el paraíso.

(Imagen: Quino)

miércoles, 8 de junio de 2011

Conducir en perfectas condiciones

Hace unos días fui a renovar mi carnet de conducir.
Teniendo en cuenta que un automóvil puede convertirse con facilidad en un arma de destrucción masiva no es éste un trámite que pueda tomarse a la ligera y así lo entiende la administración exigiendo un informe médico que certifique tu salud física y mental.

Así pues, con la alegría que la responsabilidad ciudadana imprime, me dirigí a uno de los centros autorizados para dicho trámite.

Primer paso: entras y en el mostrador de recepción te piden 92 euros que pagas sin rechistar. Que tú dices,  vaya por Dios, lo primero cobrar. Pero no, se te escapan, porque no eres especialista, los objetivos que tiene cada uno de estos pasos. Cuando tú pagas religiosamente lo que te han pedido la amable chica recepcionista no sólo marca en una casilla "cobrado" sino que certifica que:
a) el usuario acata las normas sin asomo de rebeldía ni cuestionamiento,
b) el usuario controla los accesos de ira súbitos,
c) el usuario responde con equilibrio y templanza a las situaciones de riesgo y peligro que se le presentan imprevisiblemente,
d) el usuario no padece taquicardías, ataques de ansiedad ni trastornos varios ante situaciones de estrés y tensión.

 Seguidamente pasas al despacho del oculista. La vista es la que trabaja primordialmente en la conducción así que el facultativo se asegura de que ésta esté en perfectas condiciones. Para que tu autoestima no se resienta, eso sí, te coloca a un metro aproximadamente del cartel que debes leer con tino.

En el siguiente despacho te toman la tensión, que consideran normal si se mueve en la franja de entre 2 y 18. Si estás por debajo de 2 te recomiendan beber café y si estás por encima de 18 que no lo bebas. También te auscultan. Por debajo o por encima de la ropa según tu aspecto. Yo estoy en un grado medio pues requirieron que me desabrochara algunos botones (para la edad que tengo no está mal). El oído se obvia. Total, para lo que hay que oir.

Y para finalizar entras en el despacho que ostenta el cartel de "Psicóloga". Aquí primero te colocas a los mandos de un aparatito consistente en dos manivelas. Con cada una de ellas debes dirigir un vehículo que se mueve en dos franjas que avanzan haciendo curvas y rectas aleatoriamente. Cuando dicho vehículo toca los márgenes el aparatito en cuestión pita. Lo normal es que los pitidos sean continuos (se oyen desde el pasillo) pero la señorita psicóloga considera que como normalmente, excepto en las películas de James Bond, no se conducen dos vehículos a la vez, la prueba está superada satisfactoriamente.
También te pregunta si tomas psicofármacos, drogas, medicación para depresión, ansiedad... a lo cual tú contestas que no. Y ella te cree porque sabe que dices la verdad, que para eso ha estudiado.
Y como colofón te sientas delante de una webcam para hacerte una foto. La pega que tiene esta foto es que has de bajar la barbilla hacia el cuello con lo cual las posibilidades de que te saquen papada aumentan peligrosamente. La ventaja es que la señorita psicóloga ve en su pantalla no sólo tu imagen sino que el sofisticado aparato descubre -como los escáneres en los aeropuertos- si llevas un embudo invertido colocado en la cabeza. Si no es así lo que parece una inocente fotografía acaba de certificar fehacientemente tu salud mental.

Y revisión concluida. Pasas por recepción y te dan un resguardo que te permitirá conducir hasta que te llegue a casa el carnet renovado.
Y sales pletórica, en la confianza de que los cientos de conductores con los que te cruzas en la carretera han pasado, todos ellos sin excepción, por el  mismo control que tú. Como mínimo están tan sanos como dice su certificado médico.


(Imagen: testblog.net)

martes, 7 de junio de 2011

Caminos cortados

La entrada anterior era nostálgica. Tenía añoranza, melancolía y también culpabilidad: dejé de llamar, perdí el contacto, no respondí a mensajes... qué se yo cuántas razones nos alejaron de los amigos. Quizá sólo el tiempo.

Esta entrada, en cambio, es pura tristeza. Pero he de escribirla. Ya vendrá el momento del optimismo y de la alegría.
Es la entrada de los caminos cortados, de las rutas irrecuperables hacia gente que formó parte de nuestra vida. Con ellos se llevaron una parte de nosotros. Con ellos se fueron ocasiones de hablar, de reír, de perdonar y ser perdonados, de criticar, de alabar, de recuperar recuerdos, de planear el futuro, de revivir el pasado...

Añoro a mi madre, a quien nunca fuí capaz de explicarle cómo la quería. Añoro a mi abuela Concepción que me crió con firmeza y desvelo. Añoro a mi abuelo Gonzalo y sus batallitas. Añoro a mi abuela Anica, divertida y ausente. Añoro a mi tío Nicolás, alegre y optimista. Añoro a mi tíos José, Dolores, Nazario, Teresa, Eduvigis... testigos de mi infancia. Añoro a Dori con la que paseé en el verano tantas veces. Añoro a todos los que fueron importantes en la vida de la gente que me importa. Añoro a la gente que no conocí pero que me han hecho como soy. Añoro las vidas que ya nunca se cruzarán con las mías.

(Imagen: vivirconmiopatia.blogspot.com)