viernes, 26 de agosto de 2011

La familia Churumbel o a quién habrá salido este niño

Para aquellos de vosotros que paséis de los cuarenta no os será desconocido el mundo de los tebeos que tantas tardes -sin play, sin ordenador, sin canales infinitos en la TV- llenó en nuestra infancia.

"La familia Churumbel" era un clásico, creado por Manuel Vázquez, que gustaba mucho en un mundo todavía políticamente incorrecto: una familia gitana hacía del hurto su modo de vida excepto el hijo mayor que se dedicaba a estudiar y trabajar para desesperación de sus padres y abuelo.
Hoy en día no podría publicarse algo así sin que se denunciara el hecho en todas las instancias oficiales y no oficiales; saldría en los telenoticias y sería objeto de repulsa -cuando menos de puertas para afuera- por parte de todos los líderes políticos. Su creador debería pedir perdón públicamente y, por supuesto, dejaría de publicarse inmediatamente. Pero el uso que se hace de los tópicos, el sentido del humor que tienen -o no tienen- los diferentes colectivos y la necesidad de ser siempre políticamente correctos es otro tema y yo voy a lo que voy.

Y a lo que voy, como siempre, es al tema de lo que se le pide a los hijos y de lo que de ellos se obtiene. Cada familia, cuando espera un hijo, crea una imagen de esa criatura que, en su inocencia, espera que se corresponda con la realidad.
Primero es una imagen física: el bebé será guapo, regordete, digno de una portada, sacará lo mejor del padre y de la madre. Cuando eso no es así hay un período de adaptación que a muchas personas les produce incluso depresión o problemas serios. He leído que  padres de niños prematuros que, por muy guapos que vayan a ser, pasan un período en el cual su aspecto es angustioso, necesitan superar una fase de decepción.
Después vienen aspectos básicos del crecimiento: ha de dormir bien, comer bien, controlar esfínteres sin problemas, andar y hablar con prontitud, etc. El baremo lo ponen los hijos ajenos o los artículos de revistas especializadas.
Llega la hora del cole y entonces ese hijo será ese niño que aprende pronto a leer y a escribir, que no tiene problemas de relación, que es educado y que trae unos informes impecables.
Y llega la adolescencia y ese hijo caminará por los caminos de la responsabilidad, tendrá presentes los consejos de sus padres, les demostrará su cariño y su rebeldía se circunscribirá a pequeñas escaramuzas dialécticas que tranquilizarán a sus padres demostrando que su hijo es un adolescente normal.
La juventud no traerá más problemas que los propios de esa edad: sabrá escoger una carrera adecuada -porque por supuesto estudiará- y se emparejará con alguien acorde a su educación y su carácter.

Y fin de la historia. Los padres llegarán tranquilos y relajados a la vejez. Repasarán los álbumes familiares y comentarán cómo sus hijos sólo les han reportado momentos de felicidad.

Pero, ay, puede que nos encontremos en la penosa situación de la familia Churumbel: ese hijo bienamado en quien hemos puesto todas nuestras ilusiones, será diferente en algún momento de su vida a como lo habíamos "diseñado". Puede que sea feo, que no duerma, que llore interminablemente, que tenga problemas para aprender, que pegue a los compañeros, que empiece a fumar, que nos chille, que se relacione con amigos que no nos gustan, que oiga música insufrible -para nuestro criterio-, que deje los estudios o los aparque, que encuentre una pareja ante la cual se nos abran las carnes... No todo ello a la vez, por caridad, pero sí algo que desdibuje esa imagen ideal que habíamos soñado desde que lo vimos en la ecografía.

Y entonces viene nuestra tarea, ardua, dura. Una tarea como la de recuperarse de una enfermedad, como la de rehabilitarse de una adicción: aceptar que los hijos no nos pertenecen, que vienen de nosotros pero no son nosotros, ni nuestros sueños, ni nuestros planes, ni nuestros objetivos. Quererlos como son, por lo que son y a pesar de lo que son.
Y mientras lo conseguimos siempre podemos pegarnos los berriches de Manuel Churumbel. Buena crianza.

(Imagen: Manuel Vázquez)

3 comentarios:

  1. Lo peor es que siempre hay madres y padres perfectos a los cuales les ha salido todo 'redondo', o sea, según el esquema establecido. O dicen que les ha salido así, sea o no cierto. Escuchar a 'los padres perfectos' es peligroso, puede acentuar nuestras pobres culpas hasta extremos enfermizos. En este tema, como en tantos otros, al menos de momento vale el consejo de la copla: Nunca le cuentes a nadie, el secreto de tus penas, que el que está alegre se ríe y el que esta triste se alegra.

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  2. Efectivamente. Conozco a algún padre perfecto y es peor aún que los padres sin hijos.

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